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sábado, 17 de noviembre de 2012

Spiderman y viceversa


"Un gran poder conlleva una gran responsabilidad". Ésta es la frase que el tío Ben le repetía con solemnidad a un joven Peter Parker antes de ser acribillado a balazos por el ladrón que el propio Peter había dejado escapar unas horas antes, dando lugar así al nacimiento a una de las mayores leyendas comiqueras superheroicas de todos los tiempos: el increíble Spiderman. Y aunque no va de cómics la cosa, lo cierto es que esta frase está incrustada en los cerebros de un buen puñado de generaciones, ya sea por la pluma maestra de Steve Ditko, las series animadas para televisión o la insípida interpretación de Tobey Maguire en la gran pantalla. Sea como fuere, nunca siete palabras hicieron tanto por construir nuestra ética.


La consabida frase viene a recordarnos una y otra vez que cuando nos situamos (o nos sitúan) en un puesto desde el que ejercemos el poder, ya sea de jefe del departamento de baños del IKEA de Alcorcón o de jefe de Cirugía Cardíaca del Hospital de La Paz, tenemos que tener mucho cuidado con lo que hacemos: no debemos usar nuestro poder en beneficio propio, no debemos usarlo para hacer favores personales, no debemos propasarnos y ejercer el poder contra los subordinados, debemos ser consciente de las importantísimas consecuencias de nuestros actos... En definitiva, que aún cuando podemos hacer lo que queramos no debemos hacerlo ni dejarnos guiar por intereses egoístas. Esto podría llevarnos a conclusiones erróneas y pensar así que los máximos poderes de la nación, desde los miembros del Gobierno hasta los grandes bancos y empresas, son responsables en estado superlativo y hacen un exquisito y limitado uso de poder. Nada más lejos de la verdad: cuánto más ascendemos en la escala de poder, tanto más absurda y falsa se vuelve la consigna y tanto más se parecen los Spiderman al Doctor Octopus.

Pero no es esto de lo que venía hablar. Lo curioso de esta famosa frase es que siempre la leemos en el mismo sentido, el restrictivo, cuando perfectamente podría leerse en el contrario: "una gran responsabilidad conlleva un gran poder". Porque si lo que nos lleva del poder a la responsabilidad es la capacidad de influencia de nuestras acciones sobre otros (y el peligro que puede suponer esto si no se controla), del mismo modo el que desempeña un papel de gran responsabilidad bien por la importancia de sus acciones, bien por su influencia sobre otros, tiene un gran poder del que muchas veces es ignorante.

Un buen ejemplo de todo esto es el reciente jaleo a propósito del intento de zarpazo al Hospital Universitario La Princesa de Madrid por parte del gobierno autonómico. Ante la intención del presidente de la Comunidad de Madrid de convertir un hospital puntero en un hospital geriátrico (bajo el elegante eufemismo de centro de alta especialización para pacientes ancianos, que a saber lo que significa) los trabajadores del hospital han lanzado una protesta que después se ha convertido en un encierro y que ha resonado por los centros de todo Madrid: más de 200.000 firmas y otros 13 hospitales de la comunidad encerrados, todo ello bajo la amenaza, ahora ya confirmada, de un paro a final de mes. Sólo esto ha sido suficiente para que el Gobierno autonómico echase atrás sus planes para con La Princesa. Nada de huelga, nada de manifestaciones ni movilizaciones masivas. El mero rumor lejano de la furia del personal sanitario ha hecho echarse atrás a quienes no han dado jamás su brazo a torcer durante ya nueve años de asalto sistemático a los servicios públicos. ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo quienes no se amedrentaron ante profesores o empleados de transporte público han claudicado ahora en apenas unos días? Quizá es porque los sanitarios tienen en sus manos la vida de las personas, porque son responsables de esas vidas. Si la mujer que te trasplantó un corazón salvándote la vida in extremis o el enfermero que cuidó de tu padre sus últimas horas salen a la calle y gritan que algo va mal, es probable que te pares a pensar que llevan razón. El fuerte vínculo que supone compartir la vivencia de la enfermedad es una poderosa arma que permite llegar a lo profundo del letargo de las personas.

Este fenómeno nos enseña que no podemos cargar con las responsabilidades que nos otorgan como una cruz, sino que debemos enarbolarlas como una bandera. A menudo el trabajo nos cae encima como una pesada losa, especialmente para aquellos que soportan grandes presiones, ajenas y también propias, por la naturaleza de su labor (médicos, bomberos, profesores...). También a menudo los intendentes, gestores, comisionados, secretarios, directores generales y prebostes vienen a recordarnos lo arduo de nuestra tarea, lo pesado de nuestra posición, la obediencia debida que supone. Pero lo cierto es que lo que hacemos en nuestra vida no es un estigma, es nuestra esencia. Cuánto más importante es, más poder nos otorga. Y rechazar ejercer un poder que te pertenece es tan obsceno como apropiarse de otro que no te corresponde. Es verdad que tenemos un millón de ojos encima para vigilarnos, pero también están ahí para estar atentos a nosotros, escucharnos y seguirnos dado el momento. Y los que están al otro lado lo saben. Por eso se esfuerzan en hacer de nuestro trabajo una carga. Pero lo cierto es que no sólo tenemos la severa responsabilidad de atender enfermos, transportar alimentos o educar niños, sino que también tenemos el maravilloso poder de hacerlo de la manera que consideramos justa y luchar porque así sea. Después de todo, si somos anónimos y estamos enmascarados, ¿por qué no vamos a poder ser superhéroes?



En la imagen, "Retrato del Doctor Boucard" (1928) de Tamara de Lempicka

jueves, 30 de agosto de 2012

Sobresaliente en recreo

Dos niños comiendo melón y uvas
de Bartolomé Esteban Murillo



Decía Mario Benedetti que la infancia es a veces un paraíso perdido, pero otras veces es un infierno de mierda. Y llevaba mucha razón. Porque, quien más quien menos, todos tenemos un recuerdo luminoso y dulcificado hasta la médula de los días en que la más acuciante de nuestras preocupaciones era si el bocata para el recreo iba a ser de queso, de chorizo o de las dos cosas juntas. Aunque también es cierto que la memoria es traicionera y tiende a regalarnos sólo los momentos gratos y a privarnos de los demás, en un mecanismo de autodefensa perfeccionado durante miles de años de evolución cerebral. Pero la neurociencia no es el tema que nos ocupa hoy.



Precisamente regresando a la infancia, todos tenemos bien definidos en nuestra cabeza los inamovibles roles de las escuelas, transmitidos de generación en generación: el guapo, el feo, el tonto, el gracioso, el bicho raro, el broncas, el gordo, el repetidor, el chungo... Con sus correspondientes equivalentes en femenino, faltaría más. Cada uno tenía su papel no sólo en lo meramente decorativo, sino que la característica que le dotaba de identidad en la clase llevaba asociada una serie de comportamientos, actitudes y relaciones predeterminadas: el guapo no se acercaba a la fea, el gracioso le ponía ojitos hasta la eternidad a la guapa, el broncas le daba patadas al gordo y la repetidora sabía de sobra que al chungo era mejor ni acercarse, porque tenía un asombroso manejo de la navaja y unas más que dudosas compañías. Todo esto tiene sus peros, sus matices y sus variantes en función de las ciudades, las escuelas y del cristal con el que mira el que recuerda. Pero entre todo este barullo de estereotipos que ya mayorcitos nos hacen sonreír, había invariablemente un personaje que nunca trasciende en nuestra memoria pero que resulta fundamental para comprender muchas cosas y a muchas personas.

El muchacho en cuestión es de piel blancuzca, ojos gachos y pelo enmarañado. Con cuerpecillo rayando en lo esmirriado y apocado de espíritu. No es especialmente tímido ni especialmente triste. Se desenvuelve con suficiencia, charla con todos y está ahí, entre la multitud de niños de la escuela. Su característica fundamental, la que le diferencia del resto de compañeros, está bien oculta y sólo sale a relucir muy de cuando en cuando: el miedo a la pérdida. No a la pérdida de un ser querido, no hablo del miedo a la muerte -al fin y al cabo es sólo un niño, no Schopenhauer- sino del miedo a la pérdida de las cosas mundanas que gana. En clase de lectura, cuando tiene la suerte de coger el libro que hace sonidos, remolonea en una esquina del aula para que nadie se acerque al preciado objeto. En el recreo le pide prestado al niño rico de clase el nuevo coche de juguete para postergar siempre su devolución con un inocente "déjamelo un ratito más". Quizá en su casa esté acostumbrado a tener al alcance de la mano todo lo que desea sólo para él o, todo lo contrario, tenga que pelearse con uñas y dientes con los hermanos y cada raqueta nueva sea un hito al que aferrarse. O quizá simplemente es que sea así. Cuando la liga al escondite siempre busca la trampa para decir que el que se ha librado no ha tocado en el árbol que debía y cuando la liga otro se las arregla para justificar que había tocado por él y por todos sus compañeros -pero sobre todo por él- antes de que le pillasen. No es especialmente habilidoso, así que no le pasan mucho el balón en el partido del recreo, pero cuando ocurre sigue hacia delante sin mirar a los lados ni pasar al compañero desmarcado. Invariablemente, chuta in extremis para errar siempre el tiro. Los furiosos gritos de "¡Chupón!" que le brinda su equipo no le perturban demasiado. El balón era suyo y ha sido suyo todo lo que ha podido. Hizo lo que le pareció. Si falló, qué se le va a hacer.

El chico no tiene talento, pero sí la astucia y la inteligencia suficiente para sacar los sucesivos cursos, carrera universitaria incluida, sin problemas -pero sin pasarse en la excelencia- y colocarse en alguna plaza decente con un sueldo decente. Plaza a la que naturalmente se aferra para no soltar jamás. Eventualmente, el chico que no quería perder nada porque sabía que tenía todas las papeletas para no recuperarlo jamás hace buenos contactos en un partido político y va ocupando posiciones aquí y allá hasta llegar a ser nada menos que ministro y, en un giro inesperado de los acontecimientos, candidato a Presidente del Gobierno. No tiene madera de líder y no se coloca en el sillón de la presidencia a la primera ni a la segunda, pero tiene paciencia y la misma capacidad de pegarse como una ventosa a la candidatura como la tenía para hacerlo al juguete ajeno. Al final acaba por ser inquilino en el Palacio de la Moncloa aunque sólo sea como premio a la insistencia y, rememorando la infancia como hacíamos al principio de esta historia, se pone a jugar al escondite. Desaparece y se desentiende de dar explicaciones o de escuchar soluciones alternativas a las suyas. Porque no ha entendido que, igual que el balón, el Gobierno no es suyo, que es de prestado y no está de más mirar a los demás delanteros para meterla entre los palos. Porque la campana que anuncia el fin del recreo toca igualmente y el minuto de gloria futbolera no vale una eternidad de collejas en el aula.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Mis profesores




Hoy es miércoles 19 de octubre y se da el pistoletazo de salida a una semana que se avecina calentita para eso que ya es bien conocido como Marea Verde -en Twitter bajo el hashtag #mareaverde-: los profesores, alumnos y padres de la Comunidad de Madrid a la calle, en pie de guerra por la defensa de la Educación Pública (si el Presidente del Gobierno va en mayúsculas, la Educación Pública ni de lejos va a ser menos) y frente al nefasto recorte de profesorado -y, con ello, de oportunidades a los alumnos- que Esperanza Aguirre y la consejera Figar han impuesto a la Educación Pública madrileña. En muchos otros blogs, webs, vídeos, panfletos y demás medios subversivos pueden informaros sobre la magnitud y las graves consecuencias de estos recortes. La cuestión es, como decía, que esta semana se prevé cargada de reivindicación, empezando por los múltiples encierros que tendrán lugar esta noche en centros de toda la región como preludio a la concentración -esperemos masiva- que mañana se prepara frente a la Consejería de Educación y a la marcha que el sábado 22 espera convocar a manifestantes de todo el país en apoyo a esta noble causa.

Pues bien, antes de empezar a disparar los cañones y que todas las palabras se pierdan en el fragor de la batalla, creo que es menester que cada cual haga exposición de motivos y deje claro las razones que le llevan -o no- al pie de esta Marea Verde. Yo voy con lo mío:


Mi nombre es Alberto, y tengo 20 años. Resido en la ciudad de Leganés, una más de esas miméticas ciudades del extrarradio sur de esa gran metrópoli que es Madrid. Asistí al colegio Miguel Hernández en esta misma ciudad y después pasé al instituto Pablo Neruda, donde cursé la ESO y el Bachillerato. Ahora mismo estoy estudiando mi tercer curso de la carrera de Medicina en la Universidad Complutense de Madrid. Sólo con estos datos supongo que se puede deducir que, al menos en lo que a lo académico toca, no soy un idiota -y digo más, que no se me ha dado nada mal. Además de esto -porque podríamos aceptar la premisa, si queréis, de que hoy en día cualquiera entra en la universidad, cosa nada cierta- me considero afortunado de ser una persona a la que le gusta leer y no poco, que es aficionada a escribir versos -este blog mismo da buena cuenta de ello- y a llevarse la cámara de fotos a todas partes, e incluso que ha tenido algo de suerte en algún que otro certamen. Creo que tengo mucha suerte de que me guste hacer senderismo, de haber aprendido un idioma al que amo que es el alemán, de haber viajado a un par de ciudades europeas -e incluso haber vivido en alguna una breve temporada- y de haber trabajado en un laboratorio de neurofisiología.

No os asustéis, no quiero hacerme un panegírico con este post, es que realmente estoy contento de poder decir todas estas cosas de mí. Igual que lo están -o eso creo con casi total seguridad- de sus respectivos atributos todos los compañeros con los que compartí aulas e incontables horas de clase y que ahora son biólogos, maestros, periodistas, extraordinarios intérpretes de violín, ingenieros estudiando en Francia, enfermeros, historiadores... Todos nos levantamos por la mañana y podemos mirarnos al espejo y a nuestro alrededor con un estupendo sabor de boca.

Todos, decía, hemos compartido aulas, pupitres y pistas de fútbol, pero, aún a riesgo de cometer un error garrafal, me atrevería a decir que estos no son los responsables de nuestro éxito. Porque además de esto, compartimos otra cosa: compartimos profesores. Porque quizá yo nunca habría empezado a escribir poesía si Borja, Yolanda u Olga no me hubiesen animado y se hubiesen molestado en leer mis textos -fuera de su horario de trabajo, por cierto- o nunca habría aprendido la terrible verdad que nuestro país esconde detrás de las fosas comunes de la Guerra Civil si José Alfonso no me hubiese prestado una cinta con un estupendo documental. Probablemente jamás habría aprendido el valor que tiene intentar superarte a ti mismo si Juan -que en paz descanse- no me hubiera insistido en solucionar los problemas más difíciles de matemáticas. Me atrevo a afirmar que muchos ingenieros y arquitectos se habrían quedado por el camino si Santi no les hubiera sacado a tomar bocetos al Paseo del Prado -en una tarde de martes, fíjense qué vaguería y dejadez la suya-, que hoy no habría tantos futuros maestros de educación física si Manolo no nos hubiera mostrado que las cosas con calma también se pueden hacer bien, y que muchos fotógrafos y periodistas jamás habrían descubierto el placer de situarse detrás de un objetivo si no se hubiese transformado, con bolsas de basura y mucha fuerza de voluntad, un viejo cuarto de baño del centro en un cuarto oscuro para revelar fotografías.

Y, como hoy me siento un poco hereje, me atrevo a más: todos los que hemos llegado -o estamos en ello- a hacer con nuestra vida algo más que lo que nuestros recursos o nuestra posición social de partida nos dictaban tenemos detrás -aparte de a nuestra familia y nuestros amigos- el desvelo de muchos y muchos profesores, que nos han dedicado horas y trabajo aún cuando hemos sido -con casi total seguridad- los más repelentes e insoportables adolescentes sobre la faz de la tierra. Hoy, son las tres cuartas partes de mis profesores los que se desvelan por las nuevas generaciones de alumnos. En otros centros la situación es francamente peor. 

Todos en esta vida hemos sido alumnos. Preguntaos a vosotros mismos y respondeos con sinceridad: ¿Cómo recordáis a vuestros profesores, como unos incompetentes o como la gente que os ayudó a seguir adelante? ¿A cuántos os gustaría volver a ver hoy para darles las gracias por todo? ¿Cómo pensáis que habría sido vuestra vida sin ellos? Ahí tenéis vuestros porqués para defender la Escuela Pública.



Porque la gente como yo hace 30 años no iba para médico y hoy estoy contento de estudiar la profesión que me gusta.

Porque para mi hermano, para mi vecino, para mis hijos, quiero las mismas oportunidades o más que las que yo tuve, pero nunca menos.

Porque soy lo que soy hoy y lo que seré mañana gracias a los desmedidos esfuerzos de mis profesores por animarme a ser mejor.

Por eso y por muchos otros motivos, hoy soy uno más en la Marea Verde.

¿Cuál es tu motivo?

miércoles, 13 de julio de 2011

Argumentario español para el siglo XXI



Últimamente -más o menos los últimos 3000 años- está de moda opinar sobre todo y sobre todos, aunque uno no tenga ni repajolera idea de lo que está hablando. Es más, si no tiene ni idea, opinar es mucho más atractivo y entretenido. Sin embargo, suele pasar que la gente se deja llevar por el ímpetu del debate y no se da cuenta de que hay que ser imparcial y fundamentar las posiciones en argumentos sólidos.

El problema es que claro, cuando uno se pone a opinar, suele ser en el bar, después de las clases o del trabajo, y no está para calentarse la cabeza argumentando racionalmente sus posiciones al respecto del último modelito de Camps o de la operación "rescata al heleno". En aras de facilitar la vida de los opinadores y opinadoras de este país, he recopilado de los maestros de las opiniones de todo -los tertulianos televisivos- los 25 mejores y más repetidos argumentos para reforzar cualquier opinión sin tener que pensar mucho.

Bueno, bonito y barato.


  1. El Gobierno de Zapatero es responsable de X (introducir aquí cualquier circunstancia adversa).
  2. Eso lo que es es la cultura de la muerte.
  3. No hay necesidad de remover el pasado.
  4. El PP lo fundó un franquista.
  5. Si ladrones hay en todas partes, pero...
  6. Hombre, pero en todas partes cuecen habas.
  7. Pues sin Franco, España se habría vuelto bolchevique.
  8. Todos negocian con ETA.
  9. Los socialistas montaron los GAL.
  10. Pues el nacionalsocialismo también era un socialismo.
  11. Hitler salió de unas elecciones.
  12. Peor eran los nazis.
  13. Esto es lo que se ha votado en elecciones y hay que respetarlo (si ganan los partidos que habían ganado antes).
  14. Este partido no puede presentarse a las elecciones (si gana otro partido).
  15. Para salir de esto lo que hay que hacer es crear empleo.
  16. La sanidad y la educación gratis es insostenible.
  17. Ese dinero lo pagamos todos.
  18. La libertad, en bucle sin fin (p. ej. yo tengo la libertad de decir que no me gusta la libertad con la que defiendes tus libertades).
  19. Todos los de la derecha sois unos franquistas.
  20. Todos los de la izquierda sois unos comunistas.
  21. Solo son un grupo de anti-sistema.
  22. No hay que ceder al chantaje.
  23. Eres un hipócrita.
  24. Se les cae la careta.
  25. Y tú más.

Ahora, si no opinas, es porque no quieres.

miércoles, 27 de abril de 2011

La relativa utilidad del voto útil



Las elecciones autonómicas y municipales ya están aquí, y con ellas llegan los malabaristas, los domadores, los trapecistas, las mujeres barbudas, los osos amaestrados y los payasos. Estos últimos, de lo que más. A mí la campaña electoral me pone de muy mal café por lo general: que si en tu partido sois unos corruptos, que si tú más, que si sois unos franquistas, que si sois unos bolcheviques, que si no recurrís las listas, que si la abuela fuma y habla inglés... Un bollo de mucho cuidado, que dicen en mi pueblo. Pero, aún corriendo el riesgo de cabrearme, me veo en la necesidad de comentar un par de cosillas sobre cosas que se suelen oír en las campañas y precampañas (que son una especie de eyaculación precoz electoral) sobre a quién votar y a quién no. Y es que en este país (y puede que en muchos otros también) somos de una incoherencia y una diarrea mental que asusta.

La incoherencia número uno es básicamente personal y por fuerza tiene que venir de la ignorancia, porque si no soy incapaz de asimilarlo. Consiste en votar a un partido que ha recurrido ante el Tribunal Consitucional la ley que permite el matrimonio entre homosexuales cuando el que vota es homosexual; o en votar para alcalde al tipo que se ha demostrado que se dedica al reparto de chollos y prebendas; o en votar a un partido que deja que se hagan barbaridades como las de Telefónica, sobre todo si tú o un conocido se ha visto afectado. Uno tiene que ser un poco inteligente. Tiene que haber una coherencia entre la vida que uno lleva y las acciones públicas (entre otras, votar) que lleva a cabo si se quiere llegar a la madurez que requiere el ser ciudadano.

La incoherencia número dos pasa por el hecho en sí de votar y por una frase estrella que aparece una y otra y otra vez en las conversaciones: "Yo, es que soy apolítico." Soy apolítico pero exijo la aplicación correcta de la ley de educación, soy apolítico pero pido unas lista de espera razonables en la sanidad pública, soy apolítico pero quiero que el gobierno me permita elegir a qué colegio puede ir mi hijo, soy apolítico pero pido una política (nótese la incongruencia) para evitar que los lobos acaben con mis reses... Vamos a ver, no sé si han notado que vivimos así, todos como arrejuntados (en culto, "en sociedad"), que somos eso que llamaba Aristóteles el zoon politikon, que curiosamente se traduce tanto como "político" como "social". Es decir, que tenemos que tener la voluntad de buscar el contexto de convivencia social para no matarnos unos a otros y conseguir los objetivos que nos marcamos, o sea, que tenemos que vivir en sociedad y eso pasa por tener una acción pública (esto es, política) frente a los demás. El único realmente apolítico es el que vive como un ermitaño. Lo demás es irresponsabilidad, es querer desentenderse de las cosas que pasan en el mundo en el que vives (lo que en cierto modo te resta legitimidad a la hora de "pedir" o de "quejarte"). No votar porque formas parte de una acción civil pública (es decir, política de nuevo) como No Les Votes o por conciencia de que lo haces como protesta es ser político; no votar por pasotismo o indiferencia es irresponsabilidad.

La incoherencia número tres es mi favorita y consiste en la crítica al bipartidismo, que viene de antes de que Cánovas se atusara el bigote y montase el chiringuito. "El bipartidismo se está cargando España." "PP y PSOE se dedican a turnarse en el poder y no hacen nada." "Los partidos mayoritarios no representan a nadie en realidad". Muy bien, eso está pero que muy requetebien. Y claro, como no nos gusta el bipartidismo, lógicamente usamos nuestra máquina de pensar (alias "cerebro") y votamos a un partido que no sea de los mayoritarios (que hay muchísimos y con muy buenas ideas, por cierto) para diversificar la vida política. ¿O no? "Ay, es que si voto a otro partido al final no sacan escaños y acaban saliendo los mismos". "Es que si voto a un partido y al final no saca nada, es como tirar mi voto a la basura." O sea, que tenemos miedo. Que nos dan mucho canguele los brutos del patio que son los partidos grandes y les votamos a ellos para tener una sombra a la que arrimarnos. Que no nos gusta el bipartidismo pero no nos consideramos lo bastante fuertes como ciudadanos para darle la vuelta a la tortilla.

Llegados a este punto, y si usted como lector está hábil, se dará cuenta de que las tres incoherencias van, o mejor dicho, vienen de lo mismo. De que como ciudadanos estamos todos muy verdes. De que no hemos sido capaz de salir de aquel invento de Isabel II y Alfonso XII de "ministro aquí, ministro allá, maquíllate, maquíllate". Básicamente, que de tanto luchar por la democracia se nos ha olvidado en qué consiste y como ciudadanos valemos tanto como un crío pequeño. No somos capaces de tener nuestras propias ideas, de asumir las riendas de nuestra propia vida, tanto en lo privado como en lo público, y por eso no somos capaz de salir de las siglas, de las consignas, de los eslóganes, de los carteles, de las falacias argumentales. De que nos gusta sentirnos en grupo grande, como hacíamos en el instituto para que no fuésemos "el gordo" o "el gafas".

Entonces, lo que yo me pregunto es, ¿mi voto a un partido "minoritario" es inútil porque ese partido no llega a obtener un escaño? No, porque "mi partido minoritario" hace mítines, pública artículos, convoca concentraciones, escribe libros, crea foros... Es decir, ejerce acción pública. Hace política. Y lo que es más importante, con ello hago política porque voto (o no) después de valorar qué es lo mejor que puedo hacer como ciudadano y qué es lo que mejor puede representarme frente a la sociedad (mejor dicho, dentro de ella). Mi voto es inútil porque lo inutilizáis vosotros, votantes en masa pero sin criterio. Digo más, mi voto no es inútil. Inútil es vuestro voto, que otorga escaños, y con ellos poder, sin que detrás haya un apoyo firme, coherente y razonado de ese pueblo del que se supone emana el poder. Y eso no sabéis lo peligroso que puede llegar a ser.




Fotografía de Adam Russell

jueves, 14 de abril de 2011

Por qué soy republicano



Hoy es 14 de abril y como siempre se celebra el cumpleaños de la proclamación de la II República Española. O mejor dicho, la celebramos algunos, porque en plena democracia (en teoría) se celebra la constitución vigente y la del año 1812, pero no se celebra la proclamación de una constitución democrática como fue la de 1931. Cosas de las democracias a medias. Y pensando en esto de por qué no somos capaces de celebrar la república, creo que lo que pasa es que los españoles no tenemos ni zorra  idea de lo que es una república.

Si salen ustedes a preguntar a Francia, Alemania e incluso Inglaterra e Italia (donde tienen a los Windsor y a los Berlusconi respectivamenteprobablemente les cuenten que una república es un sistema de gobierno en que los ciudadanos eligen democráticamente a sus representantes y altos cargos políticos. La definición española, por el contrario, viene a ser algo así como "idea de rojos, masones y quemabanderas que quieren montar una dictadura comunista". Pues algo no cuadra aquí.

Aclaremos una cosa: aunque mucha gente que reclame la república es de izquierdas, la izquierda no es la república. Una república no es algo tan sencillo como no tener rey y votar un Jefe de Estado. Una república es el reflejo de una voluntad de los ciudadanos para vivir en común y participar en esos proyectos de vida en sociedad. Es decir, no es hacer políticas de izquierdas, es hacer políticas de todos. La república es desprofesionalizar la política, eliminar esas élites que se dedican solo a hacer política y tomar las riendas de la vida pública: que cualquiera que tenga un proyecto pueda representar a sus conciudadanos, que los ciudadanos reivindiquen a sus representantes lo que consideran necesario, que los representantes luchen por sus representados. La república es un Estado que avanza según lo hace la sociedad que la integra, en vez de arrojarse a las manos del azar de que un monarca nos salga rebotado o de que los partidos autoritarios se hagan con el poder. La república es un foro de discusión donde caben las izquierdas y las derechas, pero además caben las ideas y los proyectos útiles que no tienen que adscribirse a ningún ideario.

La república, al final, no es más que el reflejo del interés de una sociedad por tomar el control de la vida pública, de su vida. La república no se pide, la república se quiere, pero para eso en España tendríamos que aprender a no dejarnos mandar, a tener capacidad de análisis, a querer realmente solucionar los problemas en lugar de quejarnos amargamente de ellos. España no va con eso, pero seguiremos intentándolo. Por si acaso.

¡Salud y República!


lunes, 3 de enero de 2011

Se nota, se siente...



... el Papa está presente. O al menos lo ha estado vía satélite, cual Gran Hermano, en la plaza de Colón, en Madrid, esta misma mañana de domingo. Semejante honor se debe a la celebración, un año más, de la Misa de la Sagrada Familia (y no, no va ni sobre Jesús María y José; ni sobre la sublime catedral barcelonesa). En este evento, cada año miles de católicos se reúnen con otras familias para reivindicar el valor de la familia. Bueno, o algo así. En realidad, cada año la alta curia española aprovecha la cita para subirse a un púlpito más grande de lo habitual y hacer, sin pudor alguno, declaraciones políticas.

En este 2011, monseñor Rouco Varela (Varela, Varela... conozco yo a un general que también se llamaba así) no ha vacilado al culpar a las leyes progresistas de este Gobierno de rojos desalmados (él ha dicho que se permite la práctica permisiva del aborto, por aquello de la corrección política) de la desgraciada y perdida situación en la que la familia (y no es la de don Vito Corleone, aunque se le parezca mucho desde este punto de vista) se encuentra actualmente. Como siempre que habla la autoridad eclesiástica, mucho qué decir.

Primero, la familia es una institución social, y como tal, no se puede monopolizar. Se puede intentar controlar (esto es una práctica común desde los tiempos de Nabucodonosor y las folclóricas), pero es absurdo pretender controlarla totalmente. Sobre todo, porque ellos mismos han querido perder ese control, negando sistemáticamente que, ya no digo esa escoria moral que son los maricones, hijos del diablo, sino un simple padre (generalmente madre) divorciado pueda llevar a cabo la tarea de formar una familia. La negación de las nuevas realidades sociales que afectan a las familias (que no a ese ente abstracto que es "la familia", producto de alguna indigestión) le ha valido que la mayoría de personas se alejen poco a poco de sus planteamientos, al margen de la fe. No obstante, siguen empeñados en que poseen un concepto único y universalmente válido de familia, que se debe defender a capa y espada. Sobre todo a espada.

Segundo, que los juicios morales, y esto ya lo ha demostrado la filosofía, son individuales o, por decirlo de alguna manera, personales e intransferibles. Aunque la jerarquía de Roma se empeñe en que tiene el poder de censurar y clasificar moralmente a todo el mundo, lo cierto es que el hecho de obrar bien u obrar mal depende exclusivamente de los motivos de cada uno y eso, como es lógico, solo puede saberlo uno mismo. Así, su intento de extender los juicios morales en el espacio y en el tiempo es tan ridícula y absurda como las contradicciones que plagan la historia de El Vaticano, desde la misoginia hasta la negación del Holocausto, pasando por la dudosamente moral (para moverme en sus términos) práctica de encubrir a pederastas. Al César, lo que es del César...

Tercero, y quizá más importante, la familia no es otra cosa que una interrelación de personas que comparten vínculos de sangre y una voluntad de vida en común. Así, su absurdo empecinamiento en afirmar que la familia depende de un papel (firmado por un sacerdote, eso por supuesto) o de un visto bueno es tan coherente como afirmar que un niño es lo mismo que una fecundación (cosa que también afirman, por cierto), o que la etiqueta de un mueble de Ikea te asegura que lo que tú montes vaya a ser lo mismo. El matrimonio, la  paternidad, la maternidad y la fraternidad, elementos clave de la familia, son cosas que se consiguen día a día trabajando, poniéndose a ello, echándole voluntad y corazón. Para que nos entendamos mejor, que la madre soltera que trabaja diez horas al día, lleva a su hijo a entrenar y además, al volver a casa escucha las neuras propias de la adolescencia de su hija, hace más por la familia que el padre que lleva a su familia, con cinco hijos de punta en blanco incluidos, a misa todos los domingos pero luego se la pega a su mujer con la secretaria y además se lleva a su jefe de putas para tenerle contento. Hablar de la familia es estupendo, pero la familia es un esfuerzo y una voluntad en la que la norma está fuera de lugar, porque lo importante es que todos lleguen a la meta sanos, salvos y juntos.

Para acabar, algo que es pura opinión personal (aún más). Cada día me convenzo más de que la Iglesia de Roma está muy lejos del concepto de lo cristiano. Las pugnas políticas y la intromisión moral, la falta de comprensión, la radicalización, la falta de compromiso moral, social y humanitario... se hayan en el punto diametralmente opuesto de la gente que, apoyándose en su fe, se dedica día a día a la lucha contra la pobreza, contra la congoja, contra la angustia existencial y contra la falta de justicia. Yo ni me entiendo con la fe ni sé nada de la divinidad de Cristo, pero no necesito ser una lumbrera para saber que Roma, en su labor de pastores de almas, está muy alejada de la tierra que pisamos los hombres.

La familia, como el amor o la muerte, no pueden ser jamás propiedad de una persona ni un grupo de ellas, porque nuestra propia vida y los juicios que les corresponden nos pertenecen a cada uno de nosotros. Es cosa nuestra, o mejor dicho, de todos los que están con nosotros, hacia donde queremos que vaya nuestra vida.

Por la familia, por la que yo elijo y por la que yo y los míos (no ellos) luchamos. Por mi familia.


Fotografía de Travis Price

martes, 28 de diciembre de 2010

En el país de los ciegos...



... el tuerto es el rey. Y en el Estado capitalista, el rey es el mercado. Por encima de la democracia, la representación, la voluntad y la libre expresión. Ya saben, "es la economía, estúpido." Es por este motivo que los ineptos gerentes de Prisa han tenido que dejar entrar al negocio a los americanos de Liberty Acquisition Holdings (que se dedican precisamente a eso, a adquirir cosas libremente sin que nadie les diga nada). Los americanos han entendido muy bien que para a sacar a flote la cosa es preciso quitarles el poder de decisión a esta panda de peligrosos rojos librepensadores y dárselo a los únicos que en este país de inútiles saben hacer dinero: Telemier... esto, Telecinco, o sea, Mediaset, o sea, feo asunto.

Una de las primeras consecuencias de esta bien calculada acción es el cese de emisión de CNN+. Para quien no lo sepa, CNN+ era, junto con el canal 24 horas de TVE, el único canal de emisión en abierto dedicado exclusivamente a la información en este iletrado país. En la producción de CNN+ participaba Time Warner, que en el país de los yanquis regenta el conocido canal de información de alineación progresista, CNN.

Con CNN+ perdemos el único canal que en este país se dedica no solo a la información, sino a su análisis exhaustivo y crítico y la participación (de verdad, no como en esas pseudotertulias que perpetra Jordi González en Telecinco) de distintos profesionales y gente interesante. Con CNN+ se van profesionales de la talla de Iñaki Gabilondo con su "Hoy" (ha calificado personalmente el fin de la cadena como el fin de su vida profesional), Antonio San José, José María Calleja, Victoria Lafora... Podría seguir, la cantidad de excelentes profesionales de esta cadena es casi infinita. Particularmente, echaré de menos la presencia regular del doctor Jesús Sánchez-Martos, con esa otra manera de entender y hacer entender la Medicina

El fin de CNN+ es una pérdida personal y social, pero es algo más. Es la demostración definitiva de que algo en nuestra sociedad no funciona. Algo nos falla, cuando no reivindicamos ni se sostiene un canal dedicado a algo tan fundamental en el siglo XXI como lo es la información, cada día más ingente e inabarcable. Algo está podrido cuando la única solución es la venta, o mejor dicho, cuando el único problema es la falta de beneficios (pero no lo es la de calidad, la de rigor o la de honestidad). Algo en nuestra manera de entender a los medios de comunicación cojea, si Telecinco manifiesta abiertamente y sin pudor que lo suyo es "entretener" y que no les interesa tener un canal de información (en todo caso, lo tendrán de pago). Me pregunto desde cuando la información y su análisis es cuestión de riesgo y beneficio, desde cuándo se empezaron a fichar periodistas de buen ver (o bien vistos) para que se vea más el Telediario, al margen de lo que se diga en él.

El pasado martes, viendo "Cara a cara" en CNN+, vi como Antonio San José iba despidiendo uno a uno a los tertulianos según acababan los debates. Cada vez que lo hacía, se contenía mientras le brillaban los ojos. Todos sonreían y remarcaban el excelente trabajo de sus compañeros y lo maravilloso (que lo ha sido) del proyecto que han sacado adelante. En el trasfondo, se palpaba la tristeza con la que comprendían la significación de todo esto. No nos quepa duda alguna de que el fin de CNN+ no es trágico o alarmante en sí, sino porque con él se sella el triunfo del capitalismo salvaje y la tiranía de los mercados (que por cierto, alimentamos sin ningún escrúpulo) sobre todos los ámbitos de nuestra vida. En aras de unas cuentas sanas, perdemos, silenciosamente, nuestro derecho a la información.

P.D.: Esta tarde a las 20.00 está convocada una concentración frente a la sede del Grupo Prisa en Madrid (Gran Vía, 32) en protesta por lo sucedido. Dejad los turrones un rato y animaros, qué os cuesta.


En la fotografía, "Kicking Television" de Daniel Horacio Agostini

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Potlatch digital



Como todos sabéis y los internautas celebráis por todo lo alto con una sesión de porno del bueno (pirata, eso sí), la conocida como "Ley Sinde" ha sido rechazada en el Congreso. Tras un reñido combate digno de guión hollywoodiense (como me han dicho que alguien twittea por ahí), un 20-18 le da la victoria al "no".

Sobre esta ley me podría tirar hablando años y años. Primero, el hecho de que un gobierno pueda cerrar webs, lo cual resulta inaceptable para los que, como yo, vemos Internet como una nueva herramienta que aún no han controlado del todo y que podemos usar para eso que tradicionalmente se llama "expresión" y "actividad pública". Segundo, el hecho de que los todopoderosos yanquis son en verdad los que han querido introducir esta ley, en un congreso de otro país (esto es, como poco, criminal). Tercero, que la ley haya caído porque los nacionalistas no han conseguido exprimir lo bastante al gobierno (¿qué coño entiende esta gente por Cámara de Representantes?). El cuarto pasa por el hecho de que una ministra de cultura (y esta última palabra es clave) ha engendrado monstruosidades como "Mentiras y gordas", por que hayan querido gravar soportes multimedia vírgenes (esto como si te cobran un pliego de tela como un traje de Armani por si te da por hacerte un traje como los suyos con el pliego, para que nos entendamos), por que la cultura deje tanto que desear en este país.

Por favor, comprendáseme señorías, yo entiendo que la gente que trabaja en el cine y en la música (y otras artes de menos lustre pero puede que mayor importancia) tiene que vivir, que es su trabajo. Entiendo que les joda que el fruto del sudor de su frente circule por ahí libremente (en realidad, esto último lo entiendo poco) y que quieran que no les quiten su pan (que en lenguaje de gente normal significa comida, y en este caso, unas cuantas cositas más) y todas esas cosas. Pero no voy a entrar más en lo que a mí me parece o deja de parecer las descargas, el arte o los ministerios del vasto mundo. Esto es mi opinión al fin y al cabo, y una opinión por sí sola vale bastante poco. En vez de eso, quería hablar del valor de eso que llamamos enigmáticamente "La Red".

Si me lo permiten (si no, también, para eso escribo yo), quería empezar con una breve historia sobre el potlatch. El potlatch es un rito que se celebraba en las tribus indias del noroeste de Norteamérica. Consiste, básicamente, en que algunos de los líderes de la tribu invitan a los demás a un alucinante festín. Y cuando digo alucinante, quiero decir exactamente eso: pescado y verduras hasta rebosar, carne de cerdo asada que se come hasta vomitar para hacer hueco y seguir comiendo, viandas imposibles de todo tipo. Todo esto se aderezaba con regalos, artesanía, bailes, e incluso se tiraban muebles y riquezas del anfitrión al río, o se quemaban, en una especie de catarsis total. ¿Y para qué este derroche tan brutal? La respuesta es sencilla: para deslumbrar al resto de congéneres y conseguir algo tan valioso como prestigio. Nada más ni nada menos. Este prestigio que muchos antropólogos sitúan como paso previo a la jerarquía y la monarquía.

¿Qué a qué viene esto del potlatch? Fácil y sencillo: el prestigio es la moneda del siglo XXI. muchas cosas nuevas y desconocidas, y sobre todo Internet, han convertido el mundo en una gigantesca reserva india. Miles de tribus lindando unas con otras, un territorio hostil y agresivo, unos vecinos a los que conquistar (y son demasiados para hacerlo por la fuerza). En la aldea global todos tratamos de ser el nuevo rey, y naturalmente no queda más que organizar un obsceno potlatch digital: cada libro de texto escaneado, cada disco subido, cada película ripeada. cada presentación de diapositivas colgada, es una muestra de nuestro inmenso, maravilloso poder ante el prójimo. Cada acción aparentemente altruista es otro seguidor de Twitter, otro contacto de Facebook, otro seguidor del blog, otro nuevo comentario, un escalafón más en el foro, un "Me gusta". En el Nuevo Nuevo Mundo, no buscamos nada más que darnos a conocer.

Esto creo que todos los que usamos Internet día sí, día también, esto nos queda bien claro, pero me sorprende que a los políticos o a los artistas (no a todos, claro) no. Unos u otros, que vivían del prestigio cuando "nosotros" vivíamos todavía de madrugones y palizas en la era (ya en el antes de cristo), deberían comprender que llegados a este punto, una página en Facebook o una web no es suficiente. Ahora existe un nuevo punto cero en el que todos somos potenciales reyes (más o menos) y en el que hay que empezar por quemar (metafóricamente, claro) todo lo que llevamos siglos construyendo.

La cosa no va, como todos creemos, por si llevan razón o no éstos o aquellos, por la libertad contra la opresión, por los ricos contra los pobres, por los vividores contra los trabajadores, por los piratas anarquistas contra el orden. Esto es un nuevo mundo de un nuevo siglo, y si Hollywood o el Congreso quieren seguir siendo el rey, va siendo hora de echar las viandas al río. ¡Tonto el último!


Fotografía de Iain Tait

lunes, 20 de diciembre de 2010

El día que hice huelga o el valor de la acción



Me acuerdo de aquel día como si hubiese sido ayer. Sé que yo tenía 16 años. No sé muy bien qué mes era, aunque por la ropa que llevábamos todos debía de ser el principio de la primavera, quizá un otoño tardío. Una huelga de profesores había ahuyentado a todos los alumnos del centro y unos pocos de mi clase, no más de seis, habíamos ido, mitad por conciencia (o mejor dicho, inconsciencia de qué coño iba la huelga) mitad por miedo (me pregunto ahora de qué), y estábamos allí, dejando pasar las horas muertas.

Entonces, no sé muy bien cuándo ni cómo, entró Pepe, el profesor de biología, nuestro tutor. Con sus eternos vaqueros azules y gastados, su camisa de cuadros de manga corta y su chaqueta de punto. Rubio de ojos azules, su imagen distaba mucho del sueco en que todos estáis pensando. Era más bien del tipo sueco estibador del puerto: grande, firme, con un largo pelo, barba rubia y una mirada que podía derretir un iceberg. El mensaje puesto en su voz era claro, y aunque las palabras exactas no puedo recordarlas, podrían haber sido algo así: "Podéis quedaros aquí y perder el tiempo, iros a vuestra casa y perder el tiempo o hacer algo de provecho en vez de perder el tiempo." Y la verdad es que no era una persona a la que a uno se le ocurriese discutir.

Pero no se equivoquen, los tiros no iban por ahí. Supongo que pensarán en que quería que nos pusiésemos a estudiar, a hacer deberes, a dar clase o alguna sargentada por el estilo. Nada de eso. Su concepto de no perder el tiempo era el más real y auténtico que he conocido. No perder el tiempo consistió en que levantásemos el culo de la silla y tomásemos las riendas del día. La huelga no tenía nada que ver con nosotros (en gran parte), así que nos sugirió tomar parte sobre lo que nos afectaba. Por aquella fecha hacía poco que un chico había sido asesinado en Villaverde (barrio que linda con el nuestro) por identificarse bajo esta o aquella bandera, de modo que nuestra huelga particular se centró en la violencia. 

Pasamos el día asaltando la sala de ordenadores del instituto (en el buen sentido) y sacando fotos de violencia, anarquismo (del malo), manifestaciones fascistas, brutalidad policial y otras lindezas. Lo normal que ocurre en un centro. La mañana se pasó intentando sortear a la profesora de Física (que prefería, naturalmente, que estuviésemos dando clase como dios manda o en nuestra casa sin dar el coñazo que dando vueltas por los pasillos) y a la jefa de estudios (que no creo que estuviese muy de acuerdo con eso de bajarse fotos de ultraviolencia desde los ordenadores del instituto), imprimiendo y recortando, pegando en cartulinas, rotulando carteles (literalmente, con rotuladores). Gastamos el día en exprimirnos las neuronas y pensar algo para que los demás pensaran (una meta tan loable como el juego de palabras).

Al final, dos o tres carteles colgaron del pasillo principal del instituto, con llamativos rótulos (a pesar de que se desestimó la brillante sugerencia de utilizar la palabra "sexo" en tipografía grande y roja como reclamo de las mentes adolescentes), impactantes fotos e incluso un panel donde escribir cada uno su opinión. Ni qué decir tiene que la mayoría de nuestros congéneres se dedicaron a escribir cosas tales como "Seh rubikooh lo parteh!!" o "Javi mariKon" y que nuestra febril cruzada antiviolencia, a efectos prácticos, se perdió en los anales de la Historia.

No obstante, eso no es lo importante de la historia. Lo fundamental es el hecho de que Pepe nos obligó a la fuerza (porque con cenutrios adolescentes a veces no hay más remedio) a movernos, a tomar parte en algo que aún no sabíamos bien qué era pero que nos afectaba profundamente: ni más ni menos que todo lo que ocurre a nuestro alrededor. Solo tengo contacto ya con uno de los que participamos en aquella odisea de seis horas, pero estoy casi convencido de que a ninguno de nosotros se nos habrá pasado por alto aquello. Aprendimos que tomar partido, que pasar de la insulsa pasividad a la emocionante actividad lo es absolutamente todo en la vida. No importa quizá tanto el qué, sino el hecho de sentirte vivo, de sentir que estás fabricando tu propia vida.

Los más puristas o derrotistas me dirán que al final nuestra acción, como tantas otras, no tuvo efecto ni éxito alguno. Cómo puedo negarlo, si lo he reconocido hace unas líneas. Pero lo crucial no fue cuánto cambiamos o dejamos de cambiar el mundo, sino lo que la acción cambió dentro de nosotros.


En la foto, "Arms Actions" de Dominique nom de plume

lunes, 13 de diciembre de 2010

La destrucción o el amor



Decía Vicente Aleixandre en este libro que "Para morir basta un ruidillo, el de otro corazón al callarse." El otro día, y a causa de el estado alucinógeno que siempre causa el estudiar demasiadas horas seguidas, me puse a pensar alrededor de esta frase y empecé a rescatar mi vida pasada (que no es muy abundante). Entre todo el barullo estaban las cosas de las rupturas amorosas, ese momento amargo en que uno, incluso cuando es el que toma la decisión de no seguir adelante, lo pasa tan jodidamente mal. No es que uno haya tenido mil relaciones, pero siempre me llamó la atención la intensidad de esa angustia, y la otra noche me lo volví a preguntar. ¿Por qué?

En principio, supongo que todos (yo incluido) contestaríamos lo mismo: es cosa de la ausencia. Algo parecido a cuando se te muere alguien (salvando las distancias). Recordar los buenos momentos, saber que cuando te gires es persona ya no estará ahí, reacomodar el día a día a la nueva situación... Sí, todo eso es cierto en parte, pero también es verdad que el dolor de la ruptura tiene un componente extra: la ira. La ira, que no la rabia. Ese enfado súbito, esas ganas de emprenderlos a golpes con todo, de mandarlo todo a la mierda, esa mala leche que en el fondo uno siente que va contra sí mismo. Incluso cuando tú quisiste acabar, te enfadas. Te enfadas y te odias. Y sigo preguntándome, ¿por qué?

Y de repente, debido al estado alterado que confiere la vigilia y el Red Bull, la respuesta se me apareció muy sencilla: es el hecho de estar vivos. De sobrevivir a la tragedia. Si mientras vuelas a algún paradisíaco lugar de veraneo con tu familia el avión estalla en pedazos y solo tu sales vivo, ¿qué piensas? Yo debí quedarme allí. Mi lugar no está entre los vivos. Está con ellos. El desamor es algo parecido. Cuando te despiertas a la mañana siguiente, no es la ausencia lo que duele, es el seguir sintiendo. El agua caliente de la ducha, el olor de las tostadas, el frío de la calle, te recuerdan a cada minuto que sigues ahí, en pie, que resistes. Eso es lo más insoportable de todo.

Cuando uno se enamora, se entrega al amor como quien se encomienda a dios o como quien confía ciegamente en sus padres a la tierna edad de los seis años. Te lanzas al vacío más remoto, confiando sin ningún argumento tangible en que el amor sostendrá tu vida, como una suerte de titiritero genial. El final de todo es que dios ha fallado, que lo infalible se ha venido abajo. Y que a pesar de todo, cuando todo debió haber acabado (todo, incluyendo todo) las cosas siguen sucediendo. Lo más duro no es el fin, sino precisamente que el fin no se complete.

Lo amargo de la ruptura no la ausencia del amor, es la inesperada sorpresa de que nosotros mismos somos mejores que aquello en lo que creímos. Lo más doloroso del desamor es que cada uno de nosotros somos insuperables, y habíamos olvidado amarnos a nosotros mismos. Bien podríamos decir, profanando a don Vicente, que "Para morir basta un ruidillo, el del corazón de uno mismo al callarse."



En la imagen "The Ghost of One Who Loved and Lost", de Diana Pinto

martes, 7 de diciembre de 2010

Un día de furia



Es lo que vivieron miles de personas en los distintos aeropuertos de España durante estos merecidos días de descanso (excepto para aquellos a los que nos colocan un examen parcial como una catedral a la vuelta). De la noche a la mañana, un fuego cruzado y un sálvese quién pueda: el espacio aéreo queda cerrado, los controladores sufren sincrónicamente el baile de San Vito, no hay aviones para nadie y unos señores uniformados dan órdenes en las torres de control.

Antes de nada, vayamos por partes, como dijo Jack el Destripador. Que la acción de los controladores es miserable no puede discutirlo nadie por múltiples razones: a la huelga se va a la cara, no fingiendo estar enfermo; abusar de una posición de poder (que los controladores por su función saben que tienen) y ejercer ese poder contra la población civil indiscriminadamente y para fines propios es de una falta de integridad pasmosa; y por último, la única huelga válida es la de todos los trabajadores. Aunque el sindicato les dio libertad para seguir la huelga general del 29S, los controladores prefirieron consentir unos servicios mínimos abusivos y no secundarla. Parece ser que nos rebelamos cuando nos sale de la cabina de mandos. Si reivindicas, el egoísmo no tiene lugar como posición.

Dicho esto, tengamos clara otra cosa: nunca jamás te fíes de un gobierno. Nunca. Sindicalistas gilipoyas los hay en todas partes, pero que los "socialistas" (y esto ha de ir siempre entrecomillado cuando uno habla del PSOE) no nos vendan que son los nuevos Robespierre y van a rebanar las cabezas de esos controladores que se empolvan las narices, compran caras pelucas y aspiran rapé. Los cómputos de las horas que deben cumplir los controladores están mal hechos, se mire por donde se mire. A nadie se le puede exigir que por ejercer una actividad sindical, por ejemplo, se tenga que chupar interminables turnos cuando a la compañía le viene bien. Los representantes del sindicato de controladores (USCA) portavoceados (verbo inventado pero  de gran musicalidad) por César Cabo no tienen ninguna exigencia sobre su sueldo, y asumen y aceptan los recortes practicados. Exigen que dos y dos sean cuatro y, como llevan pidiendo años, que se contrate a más gente. Ahora las escuelas de controladores son privadas y tras apoquinar la matrícula (nada barata) del curso no se te garantiza un contrato. A muchos controladores esto no les parece bien y exigen un cambio. Me parece, como poco, razonable.

En definitiva, que los controladores son Le Roi Soleil pero tampoco tienen derecho a semejantes actuaciones como medidas reivindicativas. Pero no quisiera entretenerme en estas cuestiones que son puramente económicas y por tanto triviales para mí y para ti, ya que en esto manda el que tenia dinero antes de empezar a discutir. Y bien sabe dios que yo no soy ése. Vayamos a lo jugoso, a lo interesante, a lo que peor huele de todo esto: los militares. Está claro que ante un ataque sorpresa (que por cierto nunca sabremos si lo fue) no le queda al Estado más remedio que recurrir a la fuerza (relativamente) y a medidas excepcionales para establecer el orden (Estado, fuerza, orden... bonitos términos para una democracia, ¿no?). Así, se han puesto las torres bajo mando militar y los controladores han vuelto al trabajo (ahora bajo el mando del sargento chusquero de turno, como en la mili).

Ahora, hasta donde yo sé, el espacio aéreo está abierto otra vez y los controladores en sus puestos, aunque haya habido que persuadirlos amablemente. Sin embargo, ahora resulta que los controladores son unos secesionistas rebeldes de los que no se fía ni su madre y lo mejor para todos es prolongar el estado de alarma hasta navidades, por lo que pudiera pasar. Y lógicamente, los españoles se mosquean, prefieren que todo vuelva a la normalidad, se intente que los controladores vuelvan a sus puestos con unas condiciones aceptables y así nos ahorremos esta tensión, porque lo último y menos deseable es recurrir al control militar. Y hasta aquí la sección de humor. Ni monarquía parlamentaria ni leches, España es una república castrense desde el día en que la fundó don Pelayo (aunque Pío Moa, César Vidal y el Club de los Historiadores Muertos reivindican que fue fundada por el mismísimo Jesucristo a lomos de un dragón rosa, a mayor gloria de la cristiandad). Nos encanta buscar enemigos contra los que dar palos, nos encantan que hombres hechos y derechos, como dios manda, marimandoneen aquí y allá y les den a los rebeldes y perturbadores de nuestro sueño eterno lo que se merecen. No nos interesa ni atender a razones, ni informarnos, ni llegar a situaciones razonables. A más del 60% de los españoles les interesa coger su puñetero vuelo en Navidad, al precio que sea, con almirante al frente si es preciso. Por si acaso, les recomiendo que cojan billetes de tren o barco.

Y así hemos llegado a Navidades: no sabemos lo que realmente ha pasado porque no queremos saberlo, los controladores, según se comenta en la pescadería, son los señores feudales de nuestra era, y al coronel los Reyes Magos le han echado anticipadamente el aeropuerto de Lego, aunque el coronel no tiene quien le controle las torres.



En la fotografía, la torre de control del aeropuerto de Newark, por Bill Striffler

lunes, 6 de diciembre de 2010

31.536.000



Son los segundos que tiene un año de nuestra vida. Dicho así suena como si fuese mucho tiempo.Y en realidad es cierto. En un año pasas del instituto a la universidad, de matriculado a licenciado, de soltero a padre casado... En un año aprendemos que el amor no es tan fiero como lo pintan, que ser feliz es un estado relativo, que no conocemos nuestra ciudad tan bien como creemos. Y luego están los años vacíos. Esos años en que los hijos tiran de los bajos de nuestros pantalones, en que los días se suceden el uno al otro como una concatenación irremediable de trivialidades. Esos años que conforman en un fresco casi todo lo que somos y vamos siendo sin darnos cuenta.

Los años son de este modo variables, y a veces son de colores y a veces en blanco y negro. Hay años mudos, llenos de silencios inextinguibles, y otros que contienen tal densidad del algarabía que salimos de ellos aliviados, tomando bocanadas de aire. Hay años recogidos en fotografías de caras sonrientes y otros en que deseamos que nadie nos vea. Algunos años disfrutamos de la compañía de nuestros seres queridos, algunos otros no vemos empujados a un insoportable (a veces necesario) exilio de soledad.

En definitiva, que años hay muchos, y todos son distintos. Cada uno vivimos exactamente uno al año, y la lectura de sus historias sería demencial e imposible. Pero si algo tienen en común todos los años de todos nosotros es que antes o después el calendario marca la misma fecha. Siempre.

Hoy el calendario marca exactamente 6 de diciembre, y hace un año que Juan Lafuente Mendicute, mi antiguo profesor de Matemáticas, nos dejó a causa de un accidente cardiovascular. Los que me conocen un poco saben lo importante que es para mí este suceso, aunque eso ahora no importa demasiado. Hoy no es un 6 de diciembre como el de hace un año. Hoy no está lleno de lágrimas, de esos recuerdos inmediatos, tan sensibleros si se piensa bien, que te acuden en un principio inmediato, en el corazón de la herida. El de este 6 de diciembre es un aire menos caliente, menos húmedo: una extensa sensación de vacío.

El vacío es ese algo, intangible, indefinible, que se adhiere a nuestras manos y a nuestros brazos, discretamente, cada uno de esos 31.536.000 segundos del año. Es una sensación, pero a veces es tan físico y real como una bofetada mojada y fría. Otras veces es una diluida embriaguez, brumosa y confusa, en la que uno se sume poco a poco. Hay ocasiones en las que uno juraría que se rinde y desaparece, cuando de repente aparece tan intenso como el sol en la mañana. Este abismo al principio se compone de cosas ciertas, reales, como Juan garabateando en la pizarra, o dándome una palmada en el hombro, animándome a seguir adelante. Después, solo es un espacio hueco integrado en la propia vivencia, y ahora me doy cuenta de que Juan es como un silencio oportuno en una maravillosa sinfonía.

El vacío es desagradable y doloroso, pero en realidad, mirado de otro modo, es una parte más de todo. Son las rendijas entre las fibras de los tejidos que nos componen. Los años vuelven, al ritmo de una vez al año, y cuando nos detenemos en ciertos momentos a tomar aire en esos espacios, en esos vacíos, solo nos queda después retomar la vida, recitando íntimamente, a modo de mantra, que el recuerdo es fuerte y duradero, casi, casi tanto, como la ausencia.



En la imagen, "Estética del vacío", de Xavier Castillo

miércoles, 1 de diciembre de 2010

La lucha común



San Francisco, E.E.U.U., 1982
La cama donde Matthew yacía ayer ahora está vacía. A su lado, Jonnah no puede soportar el inmenso vacío. Se arrodilla junto al cabecero y agarra las sábanas empapadas en lágrimas. A su lado todo es un inmenso espacio hueco y sordo: su familia, sus amigos, sus vecinos... todo es ahora un mar de miradas compasivas y acusadoras, rodeadas de un silencio abrumador. Al fin y al cabo, Matthew y él solo son (¿o eran?) otro par de esos sidosos que se lo tenían merecido. En pocos años, el castigo divino no será solo para maricones, sino también para putas, drogadictos... esa clase de escoria. Más adelante la gente bien también morirá ante el pánico del sida, incluso al otro lado del océano. Para Matthew ya es demasiado tarde. Para Jonnah, puede que también.

París, Francia, 1995
Annia se recuesta en una oscura habitación de hospital, decorada con unos adhesivos malgastados y unos titilantes fluorescentes. Apaga la luz, y tan solo una farola de la calle dibuja siniestras sombras sobre el cuarto. A su lado, una anciana sola se retuerce entre sus últimas toses  y convulsiones. ¿Quién habría sido? ¿Aquél millonario de postín que se escabulló de su mujer el otro día, o aquel viejo oficinista que olía a scotch y cigarrillos? También decían que podía ser por sentarse algún váter público... Annia maldice el día en que aquellos matones la sacaron a rastras de Budapest, y maldice la esquina de la Rue du Charlemagne, y las noches de frío interminable, y el dolor... Mira por la ventana, serena y furiosa, mientras dos doctores fuman un cigarro en la lejanía, como dos espectros. Entonces, sabiendo que ya nada se puede hacer y morirá como la joven Valérie o la bella Francine de ébano, se perdona a sí misma y cierra los ojos.

Tokio, Japón, 2001
¿Cómo es posible? Yukiko no podía haberle hecho aquello... No Yukiko. Tantos años y nunca, nunca le había querido. Acababan de casarse y ahora resulta que Yukiko era una... no, no, a pesar de todo no podía insultarla. La amaba, aún cuando bullía de ira al imaginarla entre las sábanas de otros hombres. ¿Y el niño? ¿Qué pasaría con su hijo? ¡Oh, dios! Pero no pasa nada, seguro que pronto descubren la cura. Lo dicen en todas las noticias, en todos los periódicos, continuamente: ensayos clínicos, vacunas milagrosas, antivirales infalibles... Sí, este era el nuevo siglo, y ahora la gente normal no se moría por nada. Hemos alcanzado la cumbre del desarrollo. ¡Oh, Yukiko!

Madrid, España, 2004
¡Eres un maldito cabrón! ¿Cómo se te ocurre? Te acuestas con esa zorra y después... ¿Por qué coño me dejé convencer? ¿Por que? ¿No te das cuenta, Ricardo? ¡Me voy a morir! Joder, ni siquiera he acabado la universidad y me voy a morir... ¡No me digas que no! ¿Conoces tú alguna cura que nadie conoce o qué, subnormal? ¡Déjame! ¡Márchate y déjame! ... Y ahora, ¿qué? ¿Qué puedo hacer? Me voy a morir...

Polokwane, Sudáfrica, 2009
Fatoumata se sienta en el portal de su casa, con la mirada perdida y la cara cubierta de polvo y arena. Reprime las lágrimas mientras agarra la mano del joven Thabo, que en realidad no tiene aspecto de querer escapar a ninguna parte. Los dos están mucho más delgados que hace un par de años. A los diez minutos Fatoumata se levanta y casi arrastra a Thabo al mercado. Piensa en el padre de Thabo. Recuerda su adolescencia, la alegría de los preparativos de la boda. Después recuerda como, antes de que anda pudiera suceder, él la empotró contra la cama, recuerda el dolor, el color rojo... Luego se acuerda de la soledad. De la mirada acusadora del padre Damien cuando nació el pequeño Thabo. Más tarde predicaría en un inglés de fuerte acento afrikaans, aludiendo a las rameras que viven lejos de dios, el matrimonio, la abstinencia... Y luego los reproches de las vecinas, de su madre, de su padre...Y luego nada. Mientras se pelea con un tendero para conseguir las manzanas un poco más baratas, en el fondo se pregunta hasta cuando estará ahí. Hasta cuando estará Thabo.



Desde 1981, el VIH ha acabado con la vida de más de 25 millones de personas. Hoy, tenemos unos 3 millones de nuevos enfermos cada año en el mundo, y podemos contar más de 30 millones de casos a día de hoy. Sólo en España contamos con casi 150.000, un tercio de los cuales ni siquiera sabe que está enfermo. 

Quién sabe si existen las vacunas milagrosas o las pastillas mágicas. La mayoría de nosotros no somos tan médicos, farmaceúticos, inteligentes o multimillonarios como para encontrar la cacareada cura del sida. Contra eso podemos hacer poco, pero podemos hacer mucho, por no decir todo, contra los verdaderos enemigos de la lucha contra el sida: la irresponsabilidad, la falta de educación, el silencio, la estupidez, la ceguera, los  prejuicios, la ignorancia. Contra ellos  tenemos todo el poder, en la forma de un simple gesto: usa condón en tus relaciones sexuales, hazte la prueba, escucha, infórmate, no consientas abusos, ayuda en cada momento, en cada lugar, a todo el que se vea golpeado por el sida.

Porque la enfermedad no es solo biología. Porque esta lucha es de todos, cuélgate el lazo rojo, hazte la prueba, usa preservativo. 

Únete: 1 de diciembre, Día Mundial de la lucha contra el Sida.


Y para saber más:



Fotografía de John Biddulph

lunes, 29 de noviembre de 2010

Convergencia i Unió



Siempre me ha hecho gracia el nombre de este partido, por aquello de repetir en su nombre lo mismo dos veces, como si no se acabasen de fiar de lo que cuentan. El caso es que, mentirosos o no, les toca a ellos y a su despechado líder Artur Mas (que lleva ocho años años hasta en la sopa y sin presidencia) tomar las riendas de Cataluña. A ver si la convergen, la unen, la reúnen, la reunifican, la arrejuntan y lo que haga falta. Que lo dudo.

El caso es que lo de Cataluña, Catalunya, los Països Catalans, la Marca Hispánica o lo que dios quiera que sea, es un derechazo en toda regla. Derechones catalanes, derechones españoles. El Partido Popular de Cataluña, con unas consignas xenófobas que ríase usted de Adam Susan (sí, sí, el de V de Vendetta), se coloca como la tercera fuerza política del Parlament. Ni en los tiempos del tío Paco. 

Y claro, CiU está muy enfadado con los republicanos, y con los socialistas, y con los verdes, y la abuela fuma... Y nos queda la facha (¿lo dije en alto?) de Sánchez Camacho, el mafioso de Laporta, o el arrebato patriótico español de Albert Rivera. Estos es como si vas al mercado y todas las manzanas están podridas, pero o compras o te mueres de hambre, porque en el mercado catalán no hay panaderías, ni charcuterías, ni pollerías ni cristo que lo fundó. Hay manzanas podridas, que para Mas son lentejas (ya se sabe, o las comes...)

Yo no reprocho nada a los catalanes, porque el tripartito ha sido un decepción para ellos y apra todos. Unos socialistas a los que se les debería caer la cara de vergüenza (Marcelino Iglesias ha hecho un intento de ello, que se quedará en eso, en intento), unos republicanos que hasta Primo de Rivera a su lado parece más republicano, y unos verdes que están ahí para aderezar la ensalada tripartita.

Mas es ahora el hombre fuerte, los tripartidistas tienen lo que se merecen por haber desaprovechado nada menos que ocho años en los que han cosechado poco y sembrado menos, y la derecha lo celebra por todo lo alto con champán, en vista del cataclismo que se nos avecina a todos después de estos resultados. Agarraos los machos.

Todo esto no hubiera pasado si se hubiera votado al partido de Carmen de Mairena. Al fin y al cabo, no sería la primera vez que el surrealismo salva Cataluña (y eso que el Parlament ha quedado después de esto que ni un cuadro de Miró).


Fotografía de Convergencia i Unió