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jueves, 30 de agosto de 2012

Sobresaliente en recreo

Dos niños comiendo melón y uvas
de Bartolomé Esteban Murillo



Decía Mario Benedetti que la infancia es a veces un paraíso perdido, pero otras veces es un infierno de mierda. Y llevaba mucha razón. Porque, quien más quien menos, todos tenemos un recuerdo luminoso y dulcificado hasta la médula de los días en que la más acuciante de nuestras preocupaciones era si el bocata para el recreo iba a ser de queso, de chorizo o de las dos cosas juntas. Aunque también es cierto que la memoria es traicionera y tiende a regalarnos sólo los momentos gratos y a privarnos de los demás, en un mecanismo de autodefensa perfeccionado durante miles de años de evolución cerebral. Pero la neurociencia no es el tema que nos ocupa hoy.



Precisamente regresando a la infancia, todos tenemos bien definidos en nuestra cabeza los inamovibles roles de las escuelas, transmitidos de generación en generación: el guapo, el feo, el tonto, el gracioso, el bicho raro, el broncas, el gordo, el repetidor, el chungo... Con sus correspondientes equivalentes en femenino, faltaría más. Cada uno tenía su papel no sólo en lo meramente decorativo, sino que la característica que le dotaba de identidad en la clase llevaba asociada una serie de comportamientos, actitudes y relaciones predeterminadas: el guapo no se acercaba a la fea, el gracioso le ponía ojitos hasta la eternidad a la guapa, el broncas le daba patadas al gordo y la repetidora sabía de sobra que al chungo era mejor ni acercarse, porque tenía un asombroso manejo de la navaja y unas más que dudosas compañías. Todo esto tiene sus peros, sus matices y sus variantes en función de las ciudades, las escuelas y del cristal con el que mira el que recuerda. Pero entre todo este barullo de estereotipos que ya mayorcitos nos hacen sonreír, había invariablemente un personaje que nunca trasciende en nuestra memoria pero que resulta fundamental para comprender muchas cosas y a muchas personas.

El muchacho en cuestión es de piel blancuzca, ojos gachos y pelo enmarañado. Con cuerpecillo rayando en lo esmirriado y apocado de espíritu. No es especialmente tímido ni especialmente triste. Se desenvuelve con suficiencia, charla con todos y está ahí, entre la multitud de niños de la escuela. Su característica fundamental, la que le diferencia del resto de compañeros, está bien oculta y sólo sale a relucir muy de cuando en cuando: el miedo a la pérdida. No a la pérdida de un ser querido, no hablo del miedo a la muerte -al fin y al cabo es sólo un niño, no Schopenhauer- sino del miedo a la pérdida de las cosas mundanas que gana. En clase de lectura, cuando tiene la suerte de coger el libro que hace sonidos, remolonea en una esquina del aula para que nadie se acerque al preciado objeto. En el recreo le pide prestado al niño rico de clase el nuevo coche de juguete para postergar siempre su devolución con un inocente "déjamelo un ratito más". Quizá en su casa esté acostumbrado a tener al alcance de la mano todo lo que desea sólo para él o, todo lo contrario, tenga que pelearse con uñas y dientes con los hermanos y cada raqueta nueva sea un hito al que aferrarse. O quizá simplemente es que sea así. Cuando la liga al escondite siempre busca la trampa para decir que el que se ha librado no ha tocado en el árbol que debía y cuando la liga otro se las arregla para justificar que había tocado por él y por todos sus compañeros -pero sobre todo por él- antes de que le pillasen. No es especialmente habilidoso, así que no le pasan mucho el balón en el partido del recreo, pero cuando ocurre sigue hacia delante sin mirar a los lados ni pasar al compañero desmarcado. Invariablemente, chuta in extremis para errar siempre el tiro. Los furiosos gritos de "¡Chupón!" que le brinda su equipo no le perturban demasiado. El balón era suyo y ha sido suyo todo lo que ha podido. Hizo lo que le pareció. Si falló, qué se le va a hacer.

El chico no tiene talento, pero sí la astucia y la inteligencia suficiente para sacar los sucesivos cursos, carrera universitaria incluida, sin problemas -pero sin pasarse en la excelencia- y colocarse en alguna plaza decente con un sueldo decente. Plaza a la que naturalmente se aferra para no soltar jamás. Eventualmente, el chico que no quería perder nada porque sabía que tenía todas las papeletas para no recuperarlo jamás hace buenos contactos en un partido político y va ocupando posiciones aquí y allá hasta llegar a ser nada menos que ministro y, en un giro inesperado de los acontecimientos, candidato a Presidente del Gobierno. No tiene madera de líder y no se coloca en el sillón de la presidencia a la primera ni a la segunda, pero tiene paciencia y la misma capacidad de pegarse como una ventosa a la candidatura como la tenía para hacerlo al juguete ajeno. Al final acaba por ser inquilino en el Palacio de la Moncloa aunque sólo sea como premio a la insistencia y, rememorando la infancia como hacíamos al principio de esta historia, se pone a jugar al escondite. Desaparece y se desentiende de dar explicaciones o de escuchar soluciones alternativas a las suyas. Porque no ha entendido que, igual que el balón, el Gobierno no es suyo, que es de prestado y no está de más mirar a los demás delanteros para meterla entre los palos. Porque la campana que anuncia el fin del recreo toca igualmente y el minuto de gloria futbolera no vale una eternidad de collejas en el aula.

sábado, 12 de noviembre de 2011

El debate electoral: lo que no quieren que sepamos



- Señor Rubalcaba, empieza usted. Adelante.
- Mire, señor Rajoy, lo que pone en su programa...

Madre mía, qué coñazo. Esto de hacerse el demócrata no compensa. Yo que podría estar ahora de comilona con los amigos de la peña, que siempre me ríen las gracias... Si ya lo dicen los periódicos, yo de lo que sé hablar es de deportes. Coño, si supiese hablar en público daría entrevistas y haría anuncios, no me pasaría el día hablando con las ancianitas de los pueblos de Pontevedra. Pero a esto del debate había que venir... y estar aquí, todavía, porque este de la barbita, el amigo de Zapatero, me cae simpático. Su cara me suena. Para mí que le conozco de cuándo Felipe. O de cuándo José Mari. Total, que tiene un pase. Pero aguantar a los míos... eso no se paga con dinero. Y eso que no nos llevamos poco. Espe, liándomela parda cada vez que puede con alguna de las suyas: que si los profesores, que si los hospitales... Joder, si quieren seguir haciendo el vago ya está bien que se pongan camisetas verdes. Cómo si son a lunares amarillos. Si los colegios los vamos a cerrar igual. Y luego está Esteban. Eso ya es cosa de otro universo. Que si dí esto, que si aquello... ¿con tantas cosas cómo quiere que me acuerde de todo? Además, si esto está hecho. Zapatero ya se ha hundido él solo. La única campaña que he tenido que hacer, contra los de mi propio partido. Manda huevos. Y ahora me traen aquí a que cuente lo que voy a hacer. ¿Pues qué va a ser? Lo de siempre, a ver si nuestros amigos vuelven a hacer dinero. Normal que llegue la crisis, les obligan a todos a entrar en el ladrillo. Si les dejaran hacer negocio con la educación, con la sanidad... ahí sí que hay pasta. Pero claro, les pones a todos a hacer casas y dar créditos y la cosa explota. Pero vamos, que para volver a congelar los sueldos de los funcionarios como la otra vez no creo yo que tenga que venir aquí. Lo único bueno de esto es que dejo a Elvira en paz un rato y puede llevarse a Pepe a casa para intimar, que la pobre cuando me tiene allí todo el día, qué necesidad... Ya le dije yo a José Mari que esto era mala idea, que mejor yo a lo mío... pero esto de la derecha es así, me dijo. Así que nada, a tragar. Bueno, eso me gustaría a mí. Hostia, este me está mirando. Eso es que me ha preguntado algo. A ver qué pone aquí en los papelajos de aquí que me ha dado Esteban... ah, sí. Menos mal que esta vez están escritos a máquina y no hace falta interpretar nada...

- Señor (¿Este era Zapatero o el otro? Bueno, yo lo suelto a ver.) Rod... (pues me ha puesto cara rara, este debe de ser el de la ETA. Qué lío.) Pérez Rubalcaba, la cosa es que hay cinco millones de parados. ¡Cinco! Y además usted me miente con insidias que...

Anda que vaya marrón. Que a estas alturas tenga que meterme yo en estos fregados... Pero claro, después de tantos años aquí, digo yo que ya me tocaba. Me ha tocado en la peor parte, pero bueno, si no he estado espabilado, pues nada. Lo que pasa que venir aquí a contar el programa del otro es un poco triste. Pero qué voy a contar del nuestro, si se cae por todas partes. Ocho años de gobierno y no hemos hecho nada de lo que pone aquí, como para convencer ahora a nadie de que sí lo vamos a hacer. Suerte que el programa de Mariano es un truño. No sé quién se lo habrá redactado, pero bueno, al menos esta vez está a ordenador y no tiene que estar mirando su letra veinte minutos... Lo malo de los debates es estar haciendo como que escuchas cuando estás pensando en tus cosas. Es más difícil de lo que parece. Si por lo menos pudiera sacar lo de la ETA, que es lo mío... Joder, encima que he sido yo el que he ganado, y no lo puedo decir en campaña por eso de la conciliación y la paz. Pero entonces, ¿para qué carajo hemos derrotado a ETA? Si es que a José Luis le falta malicia, me cago en la leche. Por cierto, ¿y el plató este? Si parece que estamos en Star Trek. Y para qué queremos una mesa tan grande, si solo estamos dos. Ni que fuésemos a dejar entrar a otros candidatos. Yo no sé quién organiza estas cosas, si con una mesita camilla y dos sillas de mimbre ya tirábamos. Tanto que les gusta ahora a todos la austeridad... Madre mía, este tío no se calla, y no sé que sigue diciendo de empleo. Le voy a interrumpir un rato porque si no me voy a quedar dormido.

- Usted no se ha leído su programa, en la página 56 (Si cuela, cuela, tiene cara de no habérselo leído) dice usted que para crear empleo (Mira qué cara de sepia, he dado en el blanco) lo que hará...

Joder, se ha leído mi programa. Pero si no se lo ha leído ni Soraya, y eso que como cuento infantil promete. Rápido, Mariano, piensa. Tienes que salir de alguna manera de esta.

- Manuel, Alfredito no me deja hablar y quiero terminar. Manuel. ¿Manuel? Alfredo, que este tío se ha quedado en coma...

A ver... Tres horizontal. Doce letras. Sistema político con predominio de dos partidos que compiten por el poder o se turnan en él. Pues no caigo, no caigo... Esto de los crucigramas es un rollo. Me tendría que haber traído la Nintendo DS con el Brain Training, que tiene sudokus y todo... La verdad es que esto de moderar debates está bien. Te sientas aquí a lucir palmito y luego a cobrar. Además, que hoy vengo de un guapo subido, que me he dado el tinte dos veces. Y llevo un bigote bien varonil. Tendría que haberme tomado un café, me está entrando un sueño... Encima estos no dejan de hablar. Y todavía habrá gente en casa que se creerá aunque sea la mitad de lo que cuentan. Si aquí hemos venido por el vino y los canapés. Hay uno de huevas de salmón con queso que he visto antes que estoy deseando echarle el guante. ¡Joder, puto crucigrama! ¡Esto es para licenciados, o premios Nobel, o algo así! ¡Ya nadie piensa en los moderadores! Ahí va, que están callados. El de las gafas me está mirando, eso es que me ha dicho algo. ¿Y ahora qué le contesto?

- Señor Campo Vidal, ¿está usted bien?
- Señor Rajoy...
- ¿Sí?
- Yo...
- Dígame.
- ... ¡Le amo! No puedo callármelo más. ¡Fuguémonos juntos a las Columbretes y vivamos nuestro amor!
- ¡Pensé que nunca me lo pedirías, bribón! ¡Bésame!

Hostia, esto sí que no me lo esperaba. Que Mariano era de la cáscara amarga sí, pero no que le iban del estilo de Campo Vidal. ¡Dios mío, qué beso de tornillo! Se me ha cortado todo el rollo. Bueno, pues yo aprovecho y cierro el debate, que la oportunidad la pintan calva.










miércoles, 27 de abril de 2011

La relativa utilidad del voto útil



Las elecciones autonómicas y municipales ya están aquí, y con ellas llegan los malabaristas, los domadores, los trapecistas, las mujeres barbudas, los osos amaestrados y los payasos. Estos últimos, de lo que más. A mí la campaña electoral me pone de muy mal café por lo general: que si en tu partido sois unos corruptos, que si tú más, que si sois unos franquistas, que si sois unos bolcheviques, que si no recurrís las listas, que si la abuela fuma y habla inglés... Un bollo de mucho cuidado, que dicen en mi pueblo. Pero, aún corriendo el riesgo de cabrearme, me veo en la necesidad de comentar un par de cosillas sobre cosas que se suelen oír en las campañas y precampañas (que son una especie de eyaculación precoz electoral) sobre a quién votar y a quién no. Y es que en este país (y puede que en muchos otros también) somos de una incoherencia y una diarrea mental que asusta.

La incoherencia número uno es básicamente personal y por fuerza tiene que venir de la ignorancia, porque si no soy incapaz de asimilarlo. Consiste en votar a un partido que ha recurrido ante el Tribunal Consitucional la ley que permite el matrimonio entre homosexuales cuando el que vota es homosexual; o en votar para alcalde al tipo que se ha demostrado que se dedica al reparto de chollos y prebendas; o en votar a un partido que deja que se hagan barbaridades como las de Telefónica, sobre todo si tú o un conocido se ha visto afectado. Uno tiene que ser un poco inteligente. Tiene que haber una coherencia entre la vida que uno lleva y las acciones públicas (entre otras, votar) que lleva a cabo si se quiere llegar a la madurez que requiere el ser ciudadano.

La incoherencia número dos pasa por el hecho en sí de votar y por una frase estrella que aparece una y otra y otra vez en las conversaciones: "Yo, es que soy apolítico." Soy apolítico pero exijo la aplicación correcta de la ley de educación, soy apolítico pero pido unas lista de espera razonables en la sanidad pública, soy apolítico pero quiero que el gobierno me permita elegir a qué colegio puede ir mi hijo, soy apolítico pero pido una política (nótese la incongruencia) para evitar que los lobos acaben con mis reses... Vamos a ver, no sé si han notado que vivimos así, todos como arrejuntados (en culto, "en sociedad"), que somos eso que llamaba Aristóteles el zoon politikon, que curiosamente se traduce tanto como "político" como "social". Es decir, que tenemos que tener la voluntad de buscar el contexto de convivencia social para no matarnos unos a otros y conseguir los objetivos que nos marcamos, o sea, que tenemos que vivir en sociedad y eso pasa por tener una acción pública (esto es, política) frente a los demás. El único realmente apolítico es el que vive como un ermitaño. Lo demás es irresponsabilidad, es querer desentenderse de las cosas que pasan en el mundo en el que vives (lo que en cierto modo te resta legitimidad a la hora de "pedir" o de "quejarte"). No votar porque formas parte de una acción civil pública (es decir, política de nuevo) como No Les Votes o por conciencia de que lo haces como protesta es ser político; no votar por pasotismo o indiferencia es irresponsabilidad.

La incoherencia número tres es mi favorita y consiste en la crítica al bipartidismo, que viene de antes de que Cánovas se atusara el bigote y montase el chiringuito. "El bipartidismo se está cargando España." "PP y PSOE se dedican a turnarse en el poder y no hacen nada." "Los partidos mayoritarios no representan a nadie en realidad". Muy bien, eso está pero que muy requetebien. Y claro, como no nos gusta el bipartidismo, lógicamente usamos nuestra máquina de pensar (alias "cerebro") y votamos a un partido que no sea de los mayoritarios (que hay muchísimos y con muy buenas ideas, por cierto) para diversificar la vida política. ¿O no? "Ay, es que si voto a otro partido al final no sacan escaños y acaban saliendo los mismos". "Es que si voto a un partido y al final no saca nada, es como tirar mi voto a la basura." O sea, que tenemos miedo. Que nos dan mucho canguele los brutos del patio que son los partidos grandes y les votamos a ellos para tener una sombra a la que arrimarnos. Que no nos gusta el bipartidismo pero no nos consideramos lo bastante fuertes como ciudadanos para darle la vuelta a la tortilla.

Llegados a este punto, y si usted como lector está hábil, se dará cuenta de que las tres incoherencias van, o mejor dicho, vienen de lo mismo. De que como ciudadanos estamos todos muy verdes. De que no hemos sido capaz de salir de aquel invento de Isabel II y Alfonso XII de "ministro aquí, ministro allá, maquíllate, maquíllate". Básicamente, que de tanto luchar por la democracia se nos ha olvidado en qué consiste y como ciudadanos valemos tanto como un crío pequeño. No somos capaces de tener nuestras propias ideas, de asumir las riendas de nuestra propia vida, tanto en lo privado como en lo público, y por eso no somos capaz de salir de las siglas, de las consignas, de los eslóganes, de los carteles, de las falacias argumentales. De que nos gusta sentirnos en grupo grande, como hacíamos en el instituto para que no fuésemos "el gordo" o "el gafas".

Entonces, lo que yo me pregunto es, ¿mi voto a un partido "minoritario" es inútil porque ese partido no llega a obtener un escaño? No, porque "mi partido minoritario" hace mítines, pública artículos, convoca concentraciones, escribe libros, crea foros... Es decir, ejerce acción pública. Hace política. Y lo que es más importante, con ello hago política porque voto (o no) después de valorar qué es lo mejor que puedo hacer como ciudadano y qué es lo que mejor puede representarme frente a la sociedad (mejor dicho, dentro de ella). Mi voto es inútil porque lo inutilizáis vosotros, votantes en masa pero sin criterio. Digo más, mi voto no es inútil. Inútil es vuestro voto, que otorga escaños, y con ellos poder, sin que detrás haya un apoyo firme, coherente y razonado de ese pueblo del que se supone emana el poder. Y eso no sabéis lo peligroso que puede llegar a ser.




Fotografía de Adam Russell

jueves, 14 de abril de 2011

Por qué soy republicano



Hoy es 14 de abril y como siempre se celebra el cumpleaños de la proclamación de la II República Española. O mejor dicho, la celebramos algunos, porque en plena democracia (en teoría) se celebra la constitución vigente y la del año 1812, pero no se celebra la proclamación de una constitución democrática como fue la de 1931. Cosas de las democracias a medias. Y pensando en esto de por qué no somos capaces de celebrar la república, creo que lo que pasa es que los españoles no tenemos ni zorra  idea de lo que es una república.

Si salen ustedes a preguntar a Francia, Alemania e incluso Inglaterra e Italia (donde tienen a los Windsor y a los Berlusconi respectivamenteprobablemente les cuenten que una república es un sistema de gobierno en que los ciudadanos eligen democráticamente a sus representantes y altos cargos políticos. La definición española, por el contrario, viene a ser algo así como "idea de rojos, masones y quemabanderas que quieren montar una dictadura comunista". Pues algo no cuadra aquí.

Aclaremos una cosa: aunque mucha gente que reclame la república es de izquierdas, la izquierda no es la república. Una república no es algo tan sencillo como no tener rey y votar un Jefe de Estado. Una república es el reflejo de una voluntad de los ciudadanos para vivir en común y participar en esos proyectos de vida en sociedad. Es decir, no es hacer políticas de izquierdas, es hacer políticas de todos. La república es desprofesionalizar la política, eliminar esas élites que se dedican solo a hacer política y tomar las riendas de la vida pública: que cualquiera que tenga un proyecto pueda representar a sus conciudadanos, que los ciudadanos reivindiquen a sus representantes lo que consideran necesario, que los representantes luchen por sus representados. La república es un Estado que avanza según lo hace la sociedad que la integra, en vez de arrojarse a las manos del azar de que un monarca nos salga rebotado o de que los partidos autoritarios se hagan con el poder. La república es un foro de discusión donde caben las izquierdas y las derechas, pero además caben las ideas y los proyectos útiles que no tienen que adscribirse a ningún ideario.

La república, al final, no es más que el reflejo del interés de una sociedad por tomar el control de la vida pública, de su vida. La república no se pide, la república se quiere, pero para eso en España tendríamos que aprender a no dejarnos mandar, a tener capacidad de análisis, a querer realmente solucionar los problemas en lugar de quejarnos amargamente de ellos. España no va con eso, pero seguiremos intentándolo. Por si acaso.

¡Salud y República!