... el Papa está presente. O al menos lo ha estado vía satélite, cual Gran Hermano, en la plaza de Colón, en Madrid, esta misma mañana de domingo. Semejante honor se debe a la celebración, un año más, de la Misa de la Sagrada Familia (y no, no va ni sobre Jesús María y José; ni sobre la sublime catedral barcelonesa). En este evento, cada año miles de católicos se reúnen con otras familias para reivindicar el valor de la familia. Bueno, o algo así. En realidad, cada año la alta curia española aprovecha la cita para subirse a un púlpito más grande de lo habitual y hacer, sin pudor alguno, declaraciones políticas.
En este 2011, monseñor Rouco Varela (Varela, Varela... conozco yo a un general que también se llamaba así) no ha vacilado al culpar a las leyes progresistas de este Gobierno de rojos desalmados (él ha dicho que se permite la práctica permisiva del aborto, por aquello de la corrección política) de la desgraciada y perdida situación en la que la familia (y no es la de don Vito Corleone, aunque se le parezca mucho desde este punto de vista) se encuentra actualmente. Como siempre que habla la autoridad eclesiástica, mucho qué decir.
Primero, la familia es una institución social, y como tal, no se puede monopolizar. Se puede intentar controlar (esto es una práctica común desde los tiempos de Nabucodonosor y las folclóricas), pero es absurdo pretender controlarla totalmente. Sobre todo, porque ellos mismos han querido perder ese control, negando sistemáticamente que, ya no digo esa escoria moral que son los maricones, hijos del diablo, sino un simple padre (generalmente madre) divorciado pueda llevar a cabo la tarea de formar una familia. La negación de las nuevas realidades sociales que afectan a las familias (que no a ese ente abstracto que es "la familia", producto de alguna indigestión) le ha valido que la mayoría de personas se alejen poco a poco de sus planteamientos, al margen de la fe. No obstante, siguen empeñados en que poseen un concepto único y universalmente válido de familia, que se debe defender a capa y espada. Sobre todo a espada.
Segundo, que los juicios morales, y esto ya lo ha demostrado la filosofía, son individuales o, por decirlo de alguna manera, personales e intransferibles. Aunque la jerarquía de Roma se empeñe en que tiene el poder de censurar y clasificar moralmente a todo el mundo, lo cierto es que el hecho de obrar bien u obrar mal depende exclusivamente de los motivos de cada uno y eso, como es lógico, solo puede saberlo uno mismo. Así, su intento de extender los juicios morales en el espacio y en el tiempo es tan ridícula y absurda como las contradicciones que plagan la historia de El Vaticano, desde la misoginia hasta la negación del Holocausto, pasando por la dudosamente moral (para moverme en sus términos) práctica de encubrir a pederastas. Al César, lo que es del César...
Tercero, y quizá más importante, la familia no es otra cosa que una interrelación de personas que comparten vínculos de sangre y una voluntad de vida en común. Así, su absurdo empecinamiento en afirmar que la familia depende de un papel (firmado por un sacerdote, eso por supuesto) o de un visto bueno es tan coherente como afirmar que un niño es lo mismo que una fecundación (cosa que también afirman, por cierto), o que la etiqueta de un mueble de Ikea te asegura que lo que tú montes vaya a ser lo mismo. El matrimonio, la paternidad, la maternidad y la fraternidad, elementos clave de la familia, son cosas que se consiguen día a día trabajando, poniéndose a ello, echándole voluntad y corazón. Para que nos entendamos mejor, que la madre soltera que trabaja diez horas al día, lleva a su hijo a entrenar y además, al volver a casa escucha las neuras propias de la adolescencia de su hija, hace más por la familia que el padre que lleva a su familia, con cinco hijos de punta en blanco incluidos, a misa todos los domingos pero luego se la pega a su mujer con la secretaria y además se lleva a su jefe de putas para tenerle contento. Hablar de la familia es estupendo, pero la familia es un esfuerzo y una voluntad en la que la norma está fuera de lugar, porque lo importante es que todos lleguen a la meta sanos, salvos y juntos.
Para acabar, algo que es pura opinión personal (aún más). Cada día me convenzo más de que la Iglesia de Roma está muy lejos del concepto de lo cristiano. Las pugnas políticas y la intromisión moral, la falta de comprensión, la radicalización, la falta de compromiso moral, social y humanitario... se hayan en el punto diametralmente opuesto de la gente que, apoyándose en su fe, se dedica día a día a la lucha contra la pobreza, contra la congoja, contra la angustia existencial y contra la falta de justicia. Yo ni me entiendo con la fe ni sé nada de la divinidad de Cristo, pero no necesito ser una lumbrera para saber que Roma, en su labor de pastores de almas, está muy alejada de la tierra que pisamos los hombres.
La familia, como el amor o la muerte, no pueden ser jamás propiedad de una persona ni un grupo de ellas, porque nuestra propia vida y los juicios que les corresponden nos pertenecen a cada uno de nosotros. Es cosa nuestra, o mejor dicho, de todos los que están con nosotros, hacia donde queremos que vaya nuestra vida.
Por la familia, por la que yo elijo y por la que yo y los míos (no ellos) luchamos. Por mi familia.
Fotografía de Travis Price