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miércoles, 19 de octubre de 2011

Mis profesores




Hoy es miércoles 19 de octubre y se da el pistoletazo de salida a una semana que se avecina calentita para eso que ya es bien conocido como Marea Verde -en Twitter bajo el hashtag #mareaverde-: los profesores, alumnos y padres de la Comunidad de Madrid a la calle, en pie de guerra por la defensa de la Educación Pública (si el Presidente del Gobierno va en mayúsculas, la Educación Pública ni de lejos va a ser menos) y frente al nefasto recorte de profesorado -y, con ello, de oportunidades a los alumnos- que Esperanza Aguirre y la consejera Figar han impuesto a la Educación Pública madrileña. En muchos otros blogs, webs, vídeos, panfletos y demás medios subversivos pueden informaros sobre la magnitud y las graves consecuencias de estos recortes. La cuestión es, como decía, que esta semana se prevé cargada de reivindicación, empezando por los múltiples encierros que tendrán lugar esta noche en centros de toda la región como preludio a la concentración -esperemos masiva- que mañana se prepara frente a la Consejería de Educación y a la marcha que el sábado 22 espera convocar a manifestantes de todo el país en apoyo a esta noble causa.

Pues bien, antes de empezar a disparar los cañones y que todas las palabras se pierdan en el fragor de la batalla, creo que es menester que cada cual haga exposición de motivos y deje claro las razones que le llevan -o no- al pie de esta Marea Verde. Yo voy con lo mío:


Mi nombre es Alberto, y tengo 20 años. Resido en la ciudad de Leganés, una más de esas miméticas ciudades del extrarradio sur de esa gran metrópoli que es Madrid. Asistí al colegio Miguel Hernández en esta misma ciudad y después pasé al instituto Pablo Neruda, donde cursé la ESO y el Bachillerato. Ahora mismo estoy estudiando mi tercer curso de la carrera de Medicina en la Universidad Complutense de Madrid. Sólo con estos datos supongo que se puede deducir que, al menos en lo que a lo académico toca, no soy un idiota -y digo más, que no se me ha dado nada mal. Además de esto -porque podríamos aceptar la premisa, si queréis, de que hoy en día cualquiera entra en la universidad, cosa nada cierta- me considero afortunado de ser una persona a la que le gusta leer y no poco, que es aficionada a escribir versos -este blog mismo da buena cuenta de ello- y a llevarse la cámara de fotos a todas partes, e incluso que ha tenido algo de suerte en algún que otro certamen. Creo que tengo mucha suerte de que me guste hacer senderismo, de haber aprendido un idioma al que amo que es el alemán, de haber viajado a un par de ciudades europeas -e incluso haber vivido en alguna una breve temporada- y de haber trabajado en un laboratorio de neurofisiología.

No os asustéis, no quiero hacerme un panegírico con este post, es que realmente estoy contento de poder decir todas estas cosas de mí. Igual que lo están -o eso creo con casi total seguridad- de sus respectivos atributos todos los compañeros con los que compartí aulas e incontables horas de clase y que ahora son biólogos, maestros, periodistas, extraordinarios intérpretes de violín, ingenieros estudiando en Francia, enfermeros, historiadores... Todos nos levantamos por la mañana y podemos mirarnos al espejo y a nuestro alrededor con un estupendo sabor de boca.

Todos, decía, hemos compartido aulas, pupitres y pistas de fútbol, pero, aún a riesgo de cometer un error garrafal, me atrevería a decir que estos no son los responsables de nuestro éxito. Porque además de esto, compartimos otra cosa: compartimos profesores. Porque quizá yo nunca habría empezado a escribir poesía si Borja, Yolanda u Olga no me hubiesen animado y se hubiesen molestado en leer mis textos -fuera de su horario de trabajo, por cierto- o nunca habría aprendido la terrible verdad que nuestro país esconde detrás de las fosas comunes de la Guerra Civil si José Alfonso no me hubiese prestado una cinta con un estupendo documental. Probablemente jamás habría aprendido el valor que tiene intentar superarte a ti mismo si Juan -que en paz descanse- no me hubiera insistido en solucionar los problemas más difíciles de matemáticas. Me atrevo a afirmar que muchos ingenieros y arquitectos se habrían quedado por el camino si Santi no les hubiera sacado a tomar bocetos al Paseo del Prado -en una tarde de martes, fíjense qué vaguería y dejadez la suya-, que hoy no habría tantos futuros maestros de educación física si Manolo no nos hubiera mostrado que las cosas con calma también se pueden hacer bien, y que muchos fotógrafos y periodistas jamás habrían descubierto el placer de situarse detrás de un objetivo si no se hubiese transformado, con bolsas de basura y mucha fuerza de voluntad, un viejo cuarto de baño del centro en un cuarto oscuro para revelar fotografías.

Y, como hoy me siento un poco hereje, me atrevo a más: todos los que hemos llegado -o estamos en ello- a hacer con nuestra vida algo más que lo que nuestros recursos o nuestra posición social de partida nos dictaban tenemos detrás -aparte de a nuestra familia y nuestros amigos- el desvelo de muchos y muchos profesores, que nos han dedicado horas y trabajo aún cuando hemos sido -con casi total seguridad- los más repelentes e insoportables adolescentes sobre la faz de la tierra. Hoy, son las tres cuartas partes de mis profesores los que se desvelan por las nuevas generaciones de alumnos. En otros centros la situación es francamente peor. 

Todos en esta vida hemos sido alumnos. Preguntaos a vosotros mismos y respondeos con sinceridad: ¿Cómo recordáis a vuestros profesores, como unos incompetentes o como la gente que os ayudó a seguir adelante? ¿A cuántos os gustaría volver a ver hoy para darles las gracias por todo? ¿Cómo pensáis que habría sido vuestra vida sin ellos? Ahí tenéis vuestros porqués para defender la Escuela Pública.



Porque la gente como yo hace 30 años no iba para médico y hoy estoy contento de estudiar la profesión que me gusta.

Porque para mi hermano, para mi vecino, para mis hijos, quiero las mismas oportunidades o más que las que yo tuve, pero nunca menos.

Porque soy lo que soy hoy y lo que seré mañana gracias a los desmedidos esfuerzos de mis profesores por animarme a ser mejor.

Por eso y por muchos otros motivos, hoy soy uno más en la Marea Verde.

¿Cuál es tu motivo?

lunes, 3 de enero de 2011

Se nota, se siente...



... el Papa está presente. O al menos lo ha estado vía satélite, cual Gran Hermano, en la plaza de Colón, en Madrid, esta misma mañana de domingo. Semejante honor se debe a la celebración, un año más, de la Misa de la Sagrada Familia (y no, no va ni sobre Jesús María y José; ni sobre la sublime catedral barcelonesa). En este evento, cada año miles de católicos se reúnen con otras familias para reivindicar el valor de la familia. Bueno, o algo así. En realidad, cada año la alta curia española aprovecha la cita para subirse a un púlpito más grande de lo habitual y hacer, sin pudor alguno, declaraciones políticas.

En este 2011, monseñor Rouco Varela (Varela, Varela... conozco yo a un general que también se llamaba así) no ha vacilado al culpar a las leyes progresistas de este Gobierno de rojos desalmados (él ha dicho que se permite la práctica permisiva del aborto, por aquello de la corrección política) de la desgraciada y perdida situación en la que la familia (y no es la de don Vito Corleone, aunque se le parezca mucho desde este punto de vista) se encuentra actualmente. Como siempre que habla la autoridad eclesiástica, mucho qué decir.

Primero, la familia es una institución social, y como tal, no se puede monopolizar. Se puede intentar controlar (esto es una práctica común desde los tiempos de Nabucodonosor y las folclóricas), pero es absurdo pretender controlarla totalmente. Sobre todo, porque ellos mismos han querido perder ese control, negando sistemáticamente que, ya no digo esa escoria moral que son los maricones, hijos del diablo, sino un simple padre (generalmente madre) divorciado pueda llevar a cabo la tarea de formar una familia. La negación de las nuevas realidades sociales que afectan a las familias (que no a ese ente abstracto que es "la familia", producto de alguna indigestión) le ha valido que la mayoría de personas se alejen poco a poco de sus planteamientos, al margen de la fe. No obstante, siguen empeñados en que poseen un concepto único y universalmente válido de familia, que se debe defender a capa y espada. Sobre todo a espada.

Segundo, que los juicios morales, y esto ya lo ha demostrado la filosofía, son individuales o, por decirlo de alguna manera, personales e intransferibles. Aunque la jerarquía de Roma se empeñe en que tiene el poder de censurar y clasificar moralmente a todo el mundo, lo cierto es que el hecho de obrar bien u obrar mal depende exclusivamente de los motivos de cada uno y eso, como es lógico, solo puede saberlo uno mismo. Así, su intento de extender los juicios morales en el espacio y en el tiempo es tan ridícula y absurda como las contradicciones que plagan la historia de El Vaticano, desde la misoginia hasta la negación del Holocausto, pasando por la dudosamente moral (para moverme en sus términos) práctica de encubrir a pederastas. Al César, lo que es del César...

Tercero, y quizá más importante, la familia no es otra cosa que una interrelación de personas que comparten vínculos de sangre y una voluntad de vida en común. Así, su absurdo empecinamiento en afirmar que la familia depende de un papel (firmado por un sacerdote, eso por supuesto) o de un visto bueno es tan coherente como afirmar que un niño es lo mismo que una fecundación (cosa que también afirman, por cierto), o que la etiqueta de un mueble de Ikea te asegura que lo que tú montes vaya a ser lo mismo. El matrimonio, la  paternidad, la maternidad y la fraternidad, elementos clave de la familia, son cosas que se consiguen día a día trabajando, poniéndose a ello, echándole voluntad y corazón. Para que nos entendamos mejor, que la madre soltera que trabaja diez horas al día, lleva a su hijo a entrenar y además, al volver a casa escucha las neuras propias de la adolescencia de su hija, hace más por la familia que el padre que lleva a su familia, con cinco hijos de punta en blanco incluidos, a misa todos los domingos pero luego se la pega a su mujer con la secretaria y además se lleva a su jefe de putas para tenerle contento. Hablar de la familia es estupendo, pero la familia es un esfuerzo y una voluntad en la que la norma está fuera de lugar, porque lo importante es que todos lleguen a la meta sanos, salvos y juntos.

Para acabar, algo que es pura opinión personal (aún más). Cada día me convenzo más de que la Iglesia de Roma está muy lejos del concepto de lo cristiano. Las pugnas políticas y la intromisión moral, la falta de comprensión, la radicalización, la falta de compromiso moral, social y humanitario... se hayan en el punto diametralmente opuesto de la gente que, apoyándose en su fe, se dedica día a día a la lucha contra la pobreza, contra la congoja, contra la angustia existencial y contra la falta de justicia. Yo ni me entiendo con la fe ni sé nada de la divinidad de Cristo, pero no necesito ser una lumbrera para saber que Roma, en su labor de pastores de almas, está muy alejada de la tierra que pisamos los hombres.

La familia, como el amor o la muerte, no pueden ser jamás propiedad de una persona ni un grupo de ellas, porque nuestra propia vida y los juicios que les corresponden nos pertenecen a cada uno de nosotros. Es cosa nuestra, o mejor dicho, de todos los que están con nosotros, hacia donde queremos que vaya nuestra vida.

Por la familia, por la que yo elijo y por la que yo y los míos (no ellos) luchamos. Por mi familia.


Fotografía de Travis Price