miércoles, 27 de abril de 2011

La relativa utilidad del voto útil



Las elecciones autonómicas y municipales ya están aquí, y con ellas llegan los malabaristas, los domadores, los trapecistas, las mujeres barbudas, los osos amaestrados y los payasos. Estos últimos, de lo que más. A mí la campaña electoral me pone de muy mal café por lo general: que si en tu partido sois unos corruptos, que si tú más, que si sois unos franquistas, que si sois unos bolcheviques, que si no recurrís las listas, que si la abuela fuma y habla inglés... Un bollo de mucho cuidado, que dicen en mi pueblo. Pero, aún corriendo el riesgo de cabrearme, me veo en la necesidad de comentar un par de cosillas sobre cosas que se suelen oír en las campañas y precampañas (que son una especie de eyaculación precoz electoral) sobre a quién votar y a quién no. Y es que en este país (y puede que en muchos otros también) somos de una incoherencia y una diarrea mental que asusta.

La incoherencia número uno es básicamente personal y por fuerza tiene que venir de la ignorancia, porque si no soy incapaz de asimilarlo. Consiste en votar a un partido que ha recurrido ante el Tribunal Consitucional la ley que permite el matrimonio entre homosexuales cuando el que vota es homosexual; o en votar para alcalde al tipo que se ha demostrado que se dedica al reparto de chollos y prebendas; o en votar a un partido que deja que se hagan barbaridades como las de Telefónica, sobre todo si tú o un conocido se ha visto afectado. Uno tiene que ser un poco inteligente. Tiene que haber una coherencia entre la vida que uno lleva y las acciones públicas (entre otras, votar) que lleva a cabo si se quiere llegar a la madurez que requiere el ser ciudadano.

La incoherencia número dos pasa por el hecho en sí de votar y por una frase estrella que aparece una y otra y otra vez en las conversaciones: "Yo, es que soy apolítico." Soy apolítico pero exijo la aplicación correcta de la ley de educación, soy apolítico pero pido unas lista de espera razonables en la sanidad pública, soy apolítico pero quiero que el gobierno me permita elegir a qué colegio puede ir mi hijo, soy apolítico pero pido una política (nótese la incongruencia) para evitar que los lobos acaben con mis reses... Vamos a ver, no sé si han notado que vivimos así, todos como arrejuntados (en culto, "en sociedad"), que somos eso que llamaba Aristóteles el zoon politikon, que curiosamente se traduce tanto como "político" como "social". Es decir, que tenemos que tener la voluntad de buscar el contexto de convivencia social para no matarnos unos a otros y conseguir los objetivos que nos marcamos, o sea, que tenemos que vivir en sociedad y eso pasa por tener una acción pública (esto es, política) frente a los demás. El único realmente apolítico es el que vive como un ermitaño. Lo demás es irresponsabilidad, es querer desentenderse de las cosas que pasan en el mundo en el que vives (lo que en cierto modo te resta legitimidad a la hora de "pedir" o de "quejarte"). No votar porque formas parte de una acción civil pública (es decir, política de nuevo) como No Les Votes o por conciencia de que lo haces como protesta es ser político; no votar por pasotismo o indiferencia es irresponsabilidad.

La incoherencia número tres es mi favorita y consiste en la crítica al bipartidismo, que viene de antes de que Cánovas se atusara el bigote y montase el chiringuito. "El bipartidismo se está cargando España." "PP y PSOE se dedican a turnarse en el poder y no hacen nada." "Los partidos mayoritarios no representan a nadie en realidad". Muy bien, eso está pero que muy requetebien. Y claro, como no nos gusta el bipartidismo, lógicamente usamos nuestra máquina de pensar (alias "cerebro") y votamos a un partido que no sea de los mayoritarios (que hay muchísimos y con muy buenas ideas, por cierto) para diversificar la vida política. ¿O no? "Ay, es que si voto a otro partido al final no sacan escaños y acaban saliendo los mismos". "Es que si voto a un partido y al final no saca nada, es como tirar mi voto a la basura." O sea, que tenemos miedo. Que nos dan mucho canguele los brutos del patio que son los partidos grandes y les votamos a ellos para tener una sombra a la que arrimarnos. Que no nos gusta el bipartidismo pero no nos consideramos lo bastante fuertes como ciudadanos para darle la vuelta a la tortilla.

Llegados a este punto, y si usted como lector está hábil, se dará cuenta de que las tres incoherencias van, o mejor dicho, vienen de lo mismo. De que como ciudadanos estamos todos muy verdes. De que no hemos sido capaz de salir de aquel invento de Isabel II y Alfonso XII de "ministro aquí, ministro allá, maquíllate, maquíllate". Básicamente, que de tanto luchar por la democracia se nos ha olvidado en qué consiste y como ciudadanos valemos tanto como un crío pequeño. No somos capaces de tener nuestras propias ideas, de asumir las riendas de nuestra propia vida, tanto en lo privado como en lo público, y por eso no somos capaz de salir de las siglas, de las consignas, de los eslóganes, de los carteles, de las falacias argumentales. De que nos gusta sentirnos en grupo grande, como hacíamos en el instituto para que no fuésemos "el gordo" o "el gafas".

Entonces, lo que yo me pregunto es, ¿mi voto a un partido "minoritario" es inútil porque ese partido no llega a obtener un escaño? No, porque "mi partido minoritario" hace mítines, pública artículos, convoca concentraciones, escribe libros, crea foros... Es decir, ejerce acción pública. Hace política. Y lo que es más importante, con ello hago política porque voto (o no) después de valorar qué es lo mejor que puedo hacer como ciudadano y qué es lo que mejor puede representarme frente a la sociedad (mejor dicho, dentro de ella). Mi voto es inútil porque lo inutilizáis vosotros, votantes en masa pero sin criterio. Digo más, mi voto no es inútil. Inútil es vuestro voto, que otorga escaños, y con ellos poder, sin que detrás haya un apoyo firme, coherente y razonado de ese pueblo del que se supone emana el poder. Y eso no sabéis lo peligroso que puede llegar a ser.




Fotografía de Adam Russell

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