Después de un atracón de apuntes de biología que no se salta
un gitano decidí acudir a mi cita habitual del sábado noche (de todo sábado
noche que no salgo, claro está) y me senté en el sofá con mi medio dormida
madre a ver La Noria, un programa que ha aguantado más de lo que yo esperé y
que es de las pocas cosas de Telecinco que aún tiene capacidad para sorprenderme:
igual te encuentras con un circo de mamarrachos y te ríes a gusto que te
encuentras, mira tú por dónde, temas interesantes, de éstos que a uno le hacen
pensar y todo. Y este sábado ha sido uno de ésos últimos.
Se reunieron en la mesa tres madres (cuyo nombre lamento no
recordar) en representación del movimiento social conocido como ‘Madres contra la droga’. Esas mujeres que en los años 80 rompieron el silencio y despejaron
el miedo que se cernía sobre la tragedia de la drogadicción en Galicia, que se
llevó por delante a miles de adolescentes por culpa del cartel de droga a la
cabeza del cuál se hallaba el inefable Manuel Charlín. Y precisamente al hilo
de esto es que se reunían estas señoras. Estas señoras, junto con el periodista
Felipe Suárez, que lleva más de 30 años trabajando sobre el narcotráfico en
Galicia y la abogada Bárbara Royo, que defiende a Charlín en los tribunales.
Resulta que este señor, a sus 80 años, ha salido de prisión después de cumplir 20 años de condena por narcotráfico. Su
condena, efectuada por un jovencísimo juez Garzón, fue un punto clave para la
lucha contra el narcotráfico en nuestro país. Y claro, escuchando a esta gente
esgrimir sus argumentos y sus reflexiones con Charlín en la calle le da a uno
qué pensar.
Primero, claro está, en cómo un hombre como Charlín duerme
por las noches. En cómo se atreve a quejarse de que en 20 años no le han dado
un permiso, a decir que por sus manos nunca ha pasado ‘ni un gramo de droga’, a
poner el grito en el cielo porque no le dejaron ir al entierro de su nieta. Las
madres gallegas tampoco se despidieron de sus hijos, que les fueron arrebatados
de un día a otro después de años de una tortura y de sufrimiento. Los hijos
tampoco tuvieron permiso, vivieron acosados por los secuaces de Charlín y se
vieron empujados al crimen para costearse el vicio. El cartel de Charlín no
preguntó a nadie, ¿con qué derecho puede este hombre siquiera abrir la boca?
Segundo, en su abogada. Porque entiendo que todo el mundo
tiene derecho a defenderse en los tribunales, pero, ¿cómo puede salir alguien a
defender públicamente a una persona como Charlín, a intentar argumentar sus
poco respetuosas mentiras? Creo que ni por todo el oro del mundo en minutas
podría (ni podríais muchos de vosotros) salir por televisión a pelarme con las
madres que perdieron a sus hijos por culpa de la cocaína y anunciarles las
penas y miserias del mayor narco del país. Respeto mucho la profesión de
abogado, porque me parece de un sacrifico intenso si se realiza como se debe,
pero cosas como éstas me parecen, sin más, vergonzosas hasta la médula.
Y por último, lo más importante de todo, en las madres. Y no
en las madres como pobres sufridoras. En estas madres como símbolo del poder
social. En unas madres que nos enseñan como realmente podemos movernos, gritar,
levantar nuestros brazos aunque no empuñemos armas y cambiarlo todo. Estas
madres que metieron entre rejas a los más repugnantes criminales de nuestro
país e hicieron que España se librase de un trágico destino como el que azota
hoy a la vecina Italia, por ejemplo. Unas madres que nos demuestran que miedos
infinitos como al que nos puede someter nada más y nada menos que un cartel de
narcos se pueden vencer. Unas madres que reventaron verjas e invadieron pazos.
Que no se esconden sino que se levantan orgullosas a decir que ganaron. A pesar
de que perdieron más de lo que nunca podrán obtener, al final ganaron.
Es verdad que de una madre se aprenden muchas cosas. A veces
hasta de madres ajenas.
Imagen de Federico Bebber
1 comentario:
Ese tipo de programas siguen sin gustarme, sea cual sea el tema que trate. No pertenece al tipo de programas de investigación sino que lo único que busca es la carnaza y el regodeo en las víctimas. Respecto a las madres, me parecen perfectos sus argumentos. Pero tampoco nadie te pone una pistola en el pecho para consumir cocaina. En los años 20, incluso Freud tomaba cocaina, la droga era un lujo de la gente bien y de la clase médica. Pero con el tiempo Freud vio cómo muchos de sus amigos acabaron destrozados con la droga, entre ellos su amigo Fleisch. Hoy en día todos somos conscientes del peligro de las drogas pero seguimos empeñados en comentar que el cannabis no es malo, que un porrito de vez en cuando no es malo. Todos sabemos que las drogas enganchan y tienen un efecto pernicioso en la salud. Lo estamos viendo cada día pero seguimos ciegos. Es verdad que luego son las madres las que sufren pero nadie está obligado a consumir drogas si no quiere, y si piensas que eres el tonto o el raro por no consumir en el grupo de amigos este tipo de sustancias tienes dos opciones:
-salir del grupo. Total no merece la pena un grupo que no te deja ser tu mismo
- o unirte al grupo pero ya sabes a qué te expones. Lo que demostraría tu falta de personalidad.
Para eso tenemos el libre albedrío
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