Te quiero, conejito, petulante y rapado,
ignorante de todas las cosas, puramente labrada en la
miseria.
Te quiero entre estos bosques de inhóspitos pinos
y en este helado lecho de nieve casi frígida.
Te quiero en las explosiones que asolan mis pesadillas
y en las cavilaciones mortales del Ejército Rojo.
Te quiero, aunque no lo sepas, o no lo entiendas del todo
no a pesar de tu tragedia, sino probablemente
por ella y, sobre todo, por el colchón de tela
artificial y ajena en el que nos conocimos.
Fue la vasija tan llena de vino,
y ese encantado baile al que nunca llegamos,
como el frío tono de un inglés que en realidad es americano…
ellos probablemente son la sentencia de esta historia.
Pero no quiero entretenerme, lo cierto es que te deseo
bajo los aeroplanos y sobre las caballerías,
escondidos de los perversos raíles de acero
que dan vueltas imposibles sobre tu vientre despierto
marcando con la llama tu discurso de lágrimas.
Te quiero por entre los terremotos que invocan los gitanos
y también por entre la sangre que escupen los fascistas.
Es más, se podría decir que te quiero
incluso cuando me imagino escapándome de ti
y de esta absurda lucha en un hotel lleno de comunistas.
Te quiero también cuando no puedo evitar
confesar que volveré, aunque no quiera, contigo
a la América fantástica de mi abuelo el general
o a los pedazos que de Madrid deje la artillería.
Y digo más, porque admito, en voz alta y borracho de cerveza
y de pólvora,
que te quiero más allá y más acá de esta guerra.
En Guadarrama, donde acaba, y en Segovia, donde no cesa.
Y más allá de Gredos, y hasta en el corazón
de la misma República que defiendo a dinamita
limpia, volando puentes, te imagino, escurridiza
y rampante.
¡María! Es tu nombre y es el
nombre
único de las cosas, se extiende sobre todo…
Incluso al otro lado de esta España que te ha forjado
a golpe de bueyes y de varones, de trigales y de fuego.
María, tú, sin pelo… ¡Sí, tú, sin cobardía!
Tú, sin ideas… y tú, sin prejuicios…
Tú, sin temores… y tú, sin descanso…
Tú, rapada y vencida y exiliada del mundo,
es a ti que te grito, agriamente exasperado
desde estos pulmones poblados por dragones y soldados
para la salvación de estas montañas fusiladas y rotas
y de todos cuando pretendemos vivir o morir en ellas.
Te quiero, conejito, rapado y petulante.
María, ignorante de todas las cosas.
María, puramente labrada en la miseria.
Te quiero en la violencia, en nuestro sexo
tan particular y te quiero en mitad de esta guerra.
Te quiero estando vivos, y te quiero hasta en la muerte
y desde este corazón habitado por fieras.
Fotografía de Shawn Graham
No hay comentarios:
Publicar un comentario