domingo, 16 de enero de 2011

De locos y alambradas



El otro día, aprovechando la indiferencia que me causan las prácticas de ciertas asignaturas, opté por quedarme en casa y madrugar un poco menos (o dormir un poco más, por decir mejor) y mientras untaba el croissant generosamente con la mermelada, decidí enchufarme unos minutos a la caja tonta (aunque ahora que son planas, se quedan con lo de tonta a secas). Cuál fue mi sorpresa cuando, por defecto, el cacharro de la TDT decidió conectarse él solito a Antena 2 (porque le pone, claro) y allí estaba Susana Griso, en otra titánica jornada de Espejo Público, dando pie a la sección de sucesos.

He de reconocer que los programas de sucesos siempre han causado en mi interior una mezcla de repulsión y fascinación, desde el remoto Impacto TV de Carlos "Apellidoimpronunciable" García-Hirschfeld hasta las más recientes secciones de los programas matinales. Esa mezcla de la sangre, el dolor, la desaparición y cosas aún más escabrosas, como familias llorando y vecinos con sorprendentes declaraciones, le dan un toque de circo siniestro que hacen que nunca haya sabido qué pensar sobre ello.

Pero bueno, que me voy del tema. La cuestión es que en esa sección de sucesos presentaban a una mujer (Raquel se llamaba, si no recuerdo mal) que tenía aterrorizados a sus vecinos: golpes, agresiones, objetos usados a modo de arma arrojadiza, insultos, escupitajos y otros fluidos terraza abajo... Vamos, que la guapa de esta señora tenía al vecindario en alerta roja 24 horas al día. La policía había acudido al lugar en numerosas ocasiones, por lo visto, pero decían aquella eterna retahíla de que hasta que no haya delito de sangre (suena muy a drama de Lope) no había nada que cortar allí. Y así, los días pasaban, intranquilos y extraños, hasta que el equipo de Antena 3 acudió a la zona, a ver si podían llamar la atención sobre la situación.

Pero no se vayan todavía, que ahora viene lo bueno de la historia: Indagando, indagando, los avezados reporteros acabaron por dar con la ex-pareja del ogro Raquel y descubrieron todo el pastel: Raquel, mientras atormentaba a sus vecinos, sufría ese silencioso martirio al que le empujan a uno las enfermedades mentales. Raquel padecía, ni más ni menos, que de esquizofrenia. A través de su ex, los reporteros consiguieron abrir las puertas de la casa de Raquel, que habló con ellos, con su antiguo novio... Las verjas que los vecinos habían levantado en sus puertas y ventanas parecen ya muy lejanas, y la posibilidad de un tratamiento para que Raquel pueda llevar su vida con normalidad es ahora tan tangible como el sol de la mañana o el agua corriente. El terror y la angustia han pasado, en cuestión de horas, a nada, y el problema ha dejado de serlo.

De esta historia podrían sacarse muchas cosas, podríamos extrapolarla y hablar de todos esos que, temiendo a algo, arremeten con furia contra ello (como hace la alta jerarquía eclesiástica contra los padres separados, o los fascistas con el inmigrante, o sabe dios cuantas cosas más). Pero por una vez, creo que conviene no ir más allá. Quedarnos con la historia, por una vez, es suficiente. Las enfermedades mentales son una realidad mucho más cercana de lo que podemos pensar, y muchas veces más ignorada que extraños síndromes anunciados a bombo y platillo en tantos y tantos medios. ¿Cuántos de nosotros no hemos cogido el ascensor por no coincidir con el "vecino raro"? ¿Cuántos hemos apartado a nuestros hijos de aquel otro "niño extraño"? ¿Cuántas veces la locura se esconde detrás de un brick de vino y unos harapos que duermen en un cajero automático? Cuántas y cuántas veces nos cambiamos de acera por no cruzarnos con ellos, sellamos nuestras puertas y nuestras ventanas para que no nos molesten con algo que ni siquiera alcanzamos a comprender. Si nos parásemos a tender una mano, a conocerlos siquiera brevemente, ¿cuántas vidas cambiarán de la noche a la mañana, para pasar de la perdición de la locura a la luz de una nueva vida?

Raquel y su esquizofrenia, como muchas otras enfermedades mentales, son perfectamente tratables y no tienen por qué condicionar la vida ni de los enfermos ni de los que les rodean, pero para ello debemos derribar las alambradas que levanta nuestra incomprensión con el impulso de la voluntad, de la curiosidad y del coraje.


En la fotografía, "Schizophrenia", de Holly Henry

No hay comentarios: