viernes, 30 de julio de 2010

Historia de un juguete




Y es que la historia del sheriff Woody es la historia de mi infancia y la de muchos niños (ahora mozuelos y mozuelas de buen ver) más. De Woody, de Buzz, del señor Patata (y esposa), de Perdigón… Y a ver quién es el guapo que me dice que no alucinó con la aparición de Buzz Lightyear en nuestras vidas con su láser, su escafandra, su nave… O quién no ha deseado tirar de la anilla de algún muñeco y escuchar “Hay una serpiente en mi booota.”; o lanzarse al vacío gritando aquello de “Hasta el infinito…”

Pues con este espíritu infantil caminaba yo ayer decidido al cine a ver la última entrega de Toy Story, en la que los juguetes favoritos de los niños de todo el mundo se separan definitivamente del idolatrado y bondadoso Andy. Si ya en la segunda entrega el tema del abandono de los juguetes, con aquella triste canción de la vaquera Jessie, hacía que se me removiese el estómago con incomodidad (y contaba con 8 tiernos años) vivir tan traumática separación con mis ya no tan tiernos 19 ha sido poco menos que horrible.

No es tanto el hecho de ver como los juguetes más cachondos del cine dejan marchar para siempre a su niño, su dueño, el que durante tantos años dio sentido a sus alocadas aventuras. Es sobre todo porque uno no puede evitar comprenderles a todos, niño y juguetes, en el rito que simboliza esta última aventura. Yo, como Andy (al que por cierto he llegado a darme un lejano parecido) también empiezo (bueno, acabo de empezar este último curso) la universidad y como él también he tenido que desprenderme de esas últimas cosas de lo que llamamos infancia. También he aprendido que se acabó eso del malvado doctor Chuleta de Cerdo, de las fantasías alocadas, del mundo en una caja de galletas usada. Cierto que eso ya lo desterré hace mucho, pero en estos momentos cuando te das cuenta de que lo has hecho, de que ya está hecho. De que te haces mayor.

Y uno tampoco puede evitar (aunque quisiera agarrarse una pataleta monumental en vez de ello) comprender al viejo sheriff de trapo cuando escucha a la sabia madre (todas lo son) y entiende él que hay que pasar página, reciclarse, dejar de ser el que uno siempre ha sido. Y entre las lagrimillas que le salen a un servidor cuando Andy se marcha en su coche para probablemente no volver a nosotros nunca más me sonrío pensando que Woody lleva razón: que hay que saber seguir adelante quedándonos con lo que podemos y dando a los demás lo que ya no podemos dejar junto a nosotros. Podemos perpertuarnos dando lo mejor que tenemos a los que vienen detrás.

Así, espero íntimamente conseguir todas las películas de Toy Story para poder enseñárselas algún día a mis pequeños y aunque sé que es una tontería, me resbalan las últimas gotillas por el párpado. Fin, títulos de crédito, me seco los ojos, me río con las tomas de después, me sonrío más contento que nunca, doy a gracias a Pixar y salgo del cine tarareando aquello de you've got a friend in me.

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