En este año que cada vez se hace
más negro para las letras, después de que se hayan ido Ángel González,
Francisco Ayala, Miguel Delibes, Mario Benedetti (no van por orden cronológico,
sino por orden de dolor)… tenemos el desagradable honor de sumar otro nombre a
la lista: el del portugués José Saramago, fallecido en Tías, en la isla que
tanto amaba, el pasado 18 de junio a causa de una leucemia.
José Saramago es para mí, junto
con Fernando Pessoa, uno de los grandes motivos por los que amar Portugal.
Saramago fue durante toda su vida mucho más que el apasionante defensor de la
izquierda, por mucho que muchos quieran recordarlo así. Saramago fue, de
principio a fin, un incordio. Un ateo que decía que había que tolerar las
creencias de todo el mundo, un señor de izquierdas que decía que “hoy
día no conozco nada más estúpido que la izquierda”, un amante del
respeto al semejante que nos contó como Dios manipulaba a Jesús para sus
propios y egoístas fines. Saramago es para mí ese iberista convencido que se
tuvo que enamorar forzosamente de Lanzarote, ese hombre de sereno rostro que
lleva detrás de la mirada la furia incomparable del pesimista. Era, por encima
de todo, el ejemplo de que se puede (y se debe) luchar hasta el final por un
mundo algo (o mucho) mejor.
Puedo decirte lo que significa
Saramago para mí, pero me es imposible decir lo que puede significar para ti.
Te animo a que bucees en el "Ensayo sobre la ceguera", que estudies "El Evangelio
según Jesucristo" (y no le exilies de tu biblioteca) y que descubras como
funciona el mundo desde "La Caverna". Averigua todo lo que este portugués
indómito puede aportarte, y compártelo con todos, ahora que por desgracia él ya
no puede hacerlo.
Hasta siempre, José.
Y de vosotros me despido con
unas palabras que nos regaló en Madrid por estas fechas en el año 2005, para
que no se nos quiten las ganas:
“Existen dos superpotencias en
el mundo; una es Estados Unidos; otra, eres tú.”
Imagen de Pedro Covo
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