miércoles, 16 de junio de 2010

An education




Llevaba tiempo con esta entrada en la cabeza, pero a veces hay que cerciorarse de lo inútil que puede ser un profesor para animarse a escribir.

La entrada, por cierto, nada tiene que ver (o quizá sí) con la maravillosa película de Lone Scherfig, altamente recomendable para cinéfilos y ociosos en general.

En cualquier caso, parece que a todos, sin excepción, nos resulta fundamental, clave, vital, indispensable, la defensa de un sistema y unos modos de educación de los más jóvenes en aras de eso que llamamos en nuestra ingenuidad un mundo mejor. Estamos decididos incluso a derramar veneno y hacer rodar cabezas con tal de conseguir una sociedad “mejor educada”. Lo que ya no está tan claro es qué carajo es eso de la educación.

Servidor, y supongo que la gran mayoría de vosotros también, viene (y está) en un sistema educativo (o de adiestramiento, lo mismo da) que se rige por el maldito y recurrente principio de la excelencia. Por esa extraña e insistente manía de hay que apretar duro para que espabilen, que solo los mejores merecen llegar a ciertos lugares porque no está la cosa para desperdiciar recursos… En fin, que a mí, como a toda mi generación y a muchas anteriores, me crían a golpe de examen, a golpe de preguntas imposibles, a golpe de horas de estudio sin fin, a golpe de incomunicación, a golpe de desidia, a golpe de querer dejarlo… Y si lo dejas, será que no vales.

Pensando en todo esto me acuerdo ahora de uno de mis alumnos de química, todavía él en la más profunda E.S.O. Me acuerdo de como a principio de este mismo curso llego a mi clase (que no es más que un refuerzo semanal para que no hagan el vago en casa, no os penséis) desesperado con la química. Suspendiendo examen tras examen, el chico se veía en las últimas, decidido a seguir el año que viene “el bachillerato de sociales porque es lo más fácil”. Aplicando el criterio universal de la “educación”, debería haber asumido que el chico no valía, que no podía. Que no si no daba la talla, debería dejarlo correr, como había hecho su profesora (la de verdad, la titulada), que hacía poco más que llamarle "vago" o mirar por encima de su hombro. Soy Tauro, soy cabezota, y no me dio la gana. Le he echado todas las horas que me han hecho falta, me he dedicado a hacer y corregir ejercicios, a atender sus correos, e incluso me obligué abrir una página web para que los alumnos dispongan de material. Me he quedado horas extra aún teniendo exámenes si me lo ha pedido (porque fíjate por donde lo pidió él solo, quiso ser mejor sin que nadie le obligase)… Yo no sé si le gustará ahora la química, si aprobará, si realmente sabe más o si todo lo que él y yo hemos hecho sirve de algo. Solo sé que cuando hace poco más de una semana me dijo, firme y convencido, que quería ser “ingeniero químico porque la verdad que el tema de laboratorio me encanta” no pude evitar sentirme orgulloso de mí y sobre todo de él (y puede que no tenga derecho a ello, pero eso es lo de menos). Yo no sé si será ingeniero o qué acabará siendo algún día, pero no pude evitar sentir que merece la pena.

Todo esto viene a cuento de que la educación, o mejor dicho, la enseñanza, no es otra cosa que animar a las nuevas generaciones a ser mejores. Mejores de verdad. Enseñarles a que no son peor que nadie, y menos peor que un examen. No enseñarles a sacar un 10 o a pasar al siguiente estadio a colgarse la medalla. Enseñarles a defender su individualidad, su derecho a ser lo que quieran ser y serlo de manera excelente. Ni tiene que ver con valores morales ni tiene que ver con libros de texto. Tiene que ver con crecer. Porque podemos dedicarnos a poner listones cada vez más y más altos, peldaños donde no llegue nadie, hasta quedarnos solos, seguro de que ninguno de los que vengan puedan alcanzarnos sin quedarse allí, separados. O podemos ser honestos, bajar de la torre, subirnos las mangas, y empezar a enseñar.


Imagen de © Amنــa

1 comentario:

Adrián G.ª Rubio dijo...

¡Alberto! (Sin h, mejor...)
Qué tema más interesante nos has regalado hoy.
Bueno, debo lo primero darte la enhorabuena por el chico -que yo creo que sí, el formador juega un papel fundamental en el desarrollo de la persona-. Por tanto, puedes sentirte orgulloso.
Y más en materia, puedo decirte que considero que la educación está tan mal orientada, que ya apenas tiene rumbo. [No quiere decir esto que no podamos dárselo o reencontrárselo; ya sabes que no debemos rendirnos (enseñanza de un tal Cabañas Cob, A.)].
Parece que el objetivo de aquellos que organizan y coordinan los sistemas educativos se centran en la educación como vía para producir, es decir, como un mero medio económico más en potencia.
Y no, no debe ser así. La educación como crecimiento personal, la educación como proyecto de vida. Es ahí donde lo centraría, pues ¿de qué sirven los conocimientos sin la adecuada utilización de los procedimientos o el desarrollo -fundamental, a mi ver- de las nuevas actitudes?
Podría estar hablando de la Educación mucho tiempo -como me da la sensación de que Usted también-, pero considero que en este caso sí hay actos que están en nuestras manos.
Un claro ejemplo: tú.
:)