Llevaba tiempo con esta entrada
en la cabeza, pero a veces hay que cerciorarse de lo inútil que puede ser un
profesor para animarse a escribir.
La entrada, por cierto, nada
tiene que ver (o quizá sí) con la maravillosa película de Lone Scherfig,
altamente recomendable para cinéfilos y ociosos en general.
En cualquier caso, parece que a
todos, sin excepción, nos resulta fundamental, clave, vital, indispensable, la
defensa de un sistema y unos modos de educación de los más jóvenes en aras de
eso que llamamos en nuestra ingenuidad un mundo mejor. Estamos decididos
incluso a derramar veneno y hacer rodar cabezas con tal de conseguir una
sociedad “mejor educada”. Lo que ya no está tan claro es qué carajo es eso de
la educación.
Servidor, y supongo que la gran
mayoría de vosotros también, viene (y está) en un sistema educativo (o de
adiestramiento, lo mismo da) que se rige por el maldito y recurrente principio
de la excelencia. Por esa extraña e insistente manía de hay que apretar duro
para que espabilen, que solo los mejores merecen llegar a ciertos lugares
porque no está la cosa para desperdiciar recursos… En fin, que a mí, como a
toda mi generación y a muchas anteriores, me crían a golpe de examen, a golpe
de preguntas imposibles, a golpe de horas de estudio sin fin, a golpe de
incomunicación, a golpe de desidia, a golpe de querer dejarlo… Y si lo dejas,
será que no vales.
Pensando en todo esto me acuerdo
ahora de uno de mis alumnos de química, todavía él en la más profunda E.S.O. Me
acuerdo de como a principio de este mismo curso llego a mi clase (que no es más
que un refuerzo semanal para que no hagan el vago en casa, no os penséis)
desesperado con la química. Suspendiendo examen tras examen, el chico se veía
en las últimas, decidido a seguir el año que viene “el bachillerato de sociales
porque es lo más fácil”. Aplicando el criterio universal de la “educación”,
debería haber asumido que el chico no valía, que no podía. Que no si no daba la
talla, debería dejarlo correr, como había hecho su profesora (la de verdad, la
titulada), que hacía poco más que llamarle "vago" o mirar por encima de su
hombro. Soy Tauro, soy cabezota, y no me dio la gana. Le he echado todas las horas
que me han hecho falta, me he dedicado a hacer y corregir ejercicios, a atender
sus correos, e incluso me obligué abrir una página web para que los alumnos
dispongan de material. Me he quedado horas extra aún teniendo exámenes si me lo
ha pedido (porque fíjate por donde lo pidió él solo, quiso ser mejor sin que
nadie le obligase)… Yo no sé si le gustará ahora la química, si aprobará, si
realmente sabe más o si todo lo que él y yo hemos hecho sirve de algo. Solo sé
que cuando hace poco más de una semana me dijo, firme y convencido, que quería
ser “ingeniero químico porque la verdad que el tema de laboratorio me encanta”
no pude evitar sentirme orgulloso de mí y sobre todo de él (y puede que no
tenga derecho a ello, pero eso es lo de menos). Yo no sé si será ingeniero o qué acabará siendo algún día, pero no pude evitar sentir que
merece la pena.
Todo esto viene a cuento de que
la educación, o mejor dicho, la enseñanza, no es otra cosa que animar a las
nuevas generaciones a ser mejores. Mejores de verdad. Enseñarles a que no son peor que nadie, y menos peor que un examen. No enseñarles a sacar un 10 o a
pasar al siguiente estadio a colgarse la medalla. Enseñarles a defender su
individualidad, su derecho a ser lo que quieran ser y serlo de manera
excelente. Ni tiene que ver con valores morales ni tiene que ver con libros de
texto. Tiene que ver con crecer. Porque podemos dedicarnos a poner listones
cada vez más y más altos, peldaños donde no llegue nadie, hasta quedarnos
solos, seguro de que ninguno de los que vengan puedan alcanzarnos sin quedarse
allí, separados. O podemos ser honestos, bajar de la torre, subirnos las mangas,
y empezar a enseñar.
Imagen de © Amنــa
1 comentario:
¡Alberto! (Sin h, mejor...)
Qué tema más interesante nos has regalado hoy.
Bueno, debo lo primero darte la enhorabuena por el chico -que yo creo que sí, el formador juega un papel fundamental en el desarrollo de la persona-. Por tanto, puedes sentirte orgulloso.
Y más en materia, puedo decirte que considero que la educación está tan mal orientada, que ya apenas tiene rumbo. [No quiere decir esto que no podamos dárselo o reencontrárselo; ya sabes que no debemos rendirnos (enseñanza de un tal Cabañas Cob, A.)].
Parece que el objetivo de aquellos que organizan y coordinan los sistemas educativos se centran en la educación como vía para producir, es decir, como un mero medio económico más en potencia.
Y no, no debe ser así. La educación como crecimiento personal, la educación como proyecto de vida. Es ahí donde lo centraría, pues ¿de qué sirven los conocimientos sin la adecuada utilización de los procedimientos o el desarrollo -fundamental, a mi ver- de las nuevas actitudes?
Podría estar hablando de la Educación mucho tiempo -como me da la sensación de que Usted también-, pero considero que en este caso sí hay actos que están en nuestras manos.
Un claro ejemplo: tú.
:)
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