Hoy, 10 de junio de 2010, hace exactamente 100 años
que Pablo Iglesias ocupó su escaño en el Parlamento de España. Con este
sencillo y austero gesto se inauguraba una época en la que el socialismo
español resultaría clave, fundamental, para entender la Historia de España.
Es imposible e injusto concebir el siglo XX español
sin tener en cuenta el enorme empuje, las grandiosas esperanzas, la capacidad
de lucha que el partido y el sindicato que fundara Iglesias en 1879 demostraron
a lo largo de un época tan
convulsa para España como la del primer tercio del siglo XX. El socialismo
perseguía, en boca de Pablo Iglesias, “la emancipación de los trabajadores”.
Este y solo este era el objetivo del socialismo. El republicanismo, la democracia,
el sistema representativo y otras muchas cosas eran, a pesar del profundo apoyo
del socialismo a ellas, secundarias. El mismo Pablo Iglesias dijo desde el
escaño que ocupara hace 100 años: “Mi partido está en la legalidad mientras
ésta le permita adquirir lo que necesita; fuera cuando ella no le permita
alcanzar sus aspiraciones.” Más claro imposible. La legalidad o la
legitimidad solo valen si van de la mano de la justicia. Ante la corrupción, la
opresión, la perversión o la violencia de un sistema legítimo, la legalidad no
vale nada. La defensa y solo la defensa de lo que es justo, de luchar por lo
que a uno y sus congéneres les pertenece es un objetivo digno, encomiable,
justo.
Y
ante las expectativas que Pablo Iglesias tenía para el socialismo, al que
rápidamente desvinculó del comunismo soviético por ver (acertadamente) en él
otro instrumento de anulación de los trabajadores, tenemos mucho en qué pensar.
Pensar en como el Partido Socialista Obrero Español no ha tenido todavía la
vergüenza de desvincularse para siempre del partido de Pablo Iglesias. Se han
pasado al lado del poder y el mandar a toda costa. El socialismo no tiene allí
su sitio, sino que lo tiene del lado de los trabajadores siempre, desde el
escaño cuando sea necesario; y cuándo no, será preciso abandonar el escaño y
ser socialista desde la calle, desde la voz: “fuera cuando ella [la legalidad] no
le permita alcanzar sus aspiraciones”.
Al
socialismo le debemos mucho. Le debemos una revolución, le debemos la unión de
los trabajadores firme y poderosamente durante los años 30. Le debemos también
una guerra y le debemos una ausencia de su partido durante los terribles años
del franquismo. Pero ante todo le debemos la exigencia de que no se ultraje su
nombre, de que los verdaderos socialistas (los de razón y no los de nombre)
retomen la tarea, la memoria y la fuerza del partido de Pablo Iglesias. El PSOE
le debe al socialismo más socialismo y menos falsa democracia.
100
años después las cosas han cambiado mucho, pero los trabajadores tienen aún un
largo camino por delante, contra la injusticia de siempre y la nueva, la del
falso socialismo de amable sonrisa.
Si
Pablo Iglesias levantara la cabeza…
En la imagen, Pablo Iglesias en sus despacho en los años veinte.
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