Ha habido algo durante el día de hoy que me ha chocado profundamente, con el consecuente pseudoatragantamiento con las deliciosas lentejas de mamá y la reflexión posterior.
Pues como iba diciendo, me encontraba yo degustando mi leguminoso y nutritivo plato, a eso de las cuatro de la tarde que un servidor regresa de la facultad, mientras contemplaba embobado el cálido reflejo del televisor (sí, ya se sabe, la carne es débil). Allí estaba yo viendo el fabuloso programa “Sé lo que hicisteis…” (era eso o los deportes, ¿qué queréis?) cuándo de repente han sacado un pedacito de cierto programa que no nombraré de cierta cadena que no citaré con un periodista cuyo nombre desconozco. Y eso de periodista, pues bueno, por decir algo, porque resulta que su reportaje estrella era el comentario de un video del perro de la duquesa de Alba. Triste pero cierto. Y no creas que el hombrecillo se presentaba resignado teniendo que hablar de lo monísimo que es un chucho de la aristocracia pretérita, qué va. Allí estaba con una sonrisa profident y hablando del can en cuestión. Y yo allí, con la cuchara sopera en la mano y los ojos más abiertos que el plato donde comía. Vamos a ver, buen hombre, ¿pero usted no quería ser periodista? Es decir, ¿su misión no era la de buscar historias, analizar información, estructurarla, exponerla, contrastarla, etc.? Porque dígame usted qué hace con sus treinta y tantos (o más) hablando del perro de una anciana venida a menos. Qué hace un periodista (o lo que sea) sentado en un plató diciendo unas cosas vacías de forma, de fondo y hasta de gracia. Que yo entiendo que no hay noticias serias para todos y que estar de pringao en una redacción no le gusta a nadie, pero oiga, métase a zapatero, lampista, escritor, estafador inmobiliario o lo que prefiera, pero algo que al menos sea de verdad lo que dice ser. Y déjeme comer mis lentejas a gusto.
Y para que nadie me tache de pedante, de amargado, de tipo con demasiado tiempo libre y de antiamarillista (que lo soy, pero no me sale de las gónadas que me lo digan porque sí), vamos con la segunda revelación televisiva. En el mismo programa y previamente a mi accidente canino-lentejil, el jovencito de la plantilla (porque tienen un humor que se desbordan todos ellos) para introducir la divertida sección del análisis de las revistas (que realmente lo es) primero hace un amago de hablar del reciente premio Nobel de Medicina concedido por los estudios sobre la telomerasa* a lo que cierta presentadora rubia responde “Ay, eso suena a que es un coñazo.” Pues sí, la medicina, la ciencia, el esfuerzo, el saber como diantres funciona el cuerpo humano es un coñazo. Los médicos, científicos, artistas, periodistas, etc. son un petardo y nos sobran. Al carajo. Y que yo sé que lo hacen con la mejor intención y que al menos han nombrado algo científico y que puede que alguien se interese. Pero uno también se cansa de que después de esfuerzos sobrehumanos de mentes alucinantes, de pelear por conseguir bienes que son para todos, le suelten a uno que vaya coñazo de asunto. Me pregunto qué pasaría si se dejasen de hacer todas esas cosas, porque como son un coñazo, pues oye, para qué. Entonces seguramente ni siquiera la señorita rubia podría estar ahí diciendo esas cosas. Tengan un poco de consideración y, ya por pedir, un poco de interés por las cosas.
Para que vean que nuestro dios catódico todopoderoso también se cubre de mierda hasta el cuello cuando quiere.
*Para saber más sobre la telomerasa:
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