domingo, 18 de octubre de 2009

A Andrés Montes



Hoy (en realidad la noche del viernes) no es un buen día para el periodismo deportivo. Para el periodismo como dios manda, para el periodismo épico que te mantiene en vilo frente a la retransmisión. Hoy Andrés Montes nos dijo adiós, definitivamente.

No me voy a poner aquí a defenderle del aluvión de críticas que siempre ha recibido, lo primero porque alguien como él no necesita que nadie le defienda, y menos que lo haga alguien como yo. Lo segundo, porque no me da la gana. Escribo esto para expresar lo diferente que va a ser desde hoy para mí un partido de baloncesto. Y aunque hasta yo reconozco que el fútbol no era lo suyo, no tanto como el basket, los que hemos pasado más de una y de dos madrugadas con Montes y Daimiel pegados al televisor, alucinando con O’Neal y escuchando sus maravillosas interpretaciones de los partidos, guardaremos siempre un cálido recuerdo de su persona. Porque para mí la cancha y la voz de Montes siempre irán unidas muy dentro de mí. Porque en un país en que parece que desde el esplendor de los años cincuenta el deporte no cuenta más que con comentaristas rancios (y, por qué no decirlo, fachuzos hasta el tuétano) y sus amojamados discípulos, daba gusto ver que alguien podía pasarlo bien viendo partido sin necesidad de dejarse la laringe y el alma en ello como si fuese la guerra. Porque daba gusto ver que por fin alguien sabía que un deporte es eso, un deporte. Y que ciertamente es genial que sea así.

Te pregunto, como hacías tú con McGrady, ¿por qué eras tan bueno?

Hasta siempre, Andrés.

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