No quedará ya nada.
No quedarán ni mi sangre ni mis huesos.
Ni los susurros.
Ni las herencias.
Ni los caminos.
Si queda algo serán -tal vez, quizá,
esto es solo un supuesto- esas miradas
que te lancé furtivas y recogiste entre tu pelo.
Los brazos que se rozan, un sudor de fuego
que succionan los valles del frondoso invierno.
No quedará nada, ni los hijos
de los hombres que devorados ya
por sus propias mentiras alzarán
un surtidor de fuego hacia la noche oscura.
No quedará nada, salvo tal vez nosotros
en esos secretos que nos cedió la tierra
lugares.
Y nuestros labios, firmes
como meteoros, como tempestades,
fecundada la muerte, ya no serán historia.
Fotografía: Vista desde el interior del Islington
Tunnel (Londres), por Rob Woods
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