Era el final de los últimos cien años,
las calles se poblaban de árboles de sombra y laberintos de acero,
los corazones de arena eran preñados de luces catódicas.
Yo era por entonces trasunto de mi infancia,
como la luz del niño pero del alba siguiente:
la misma adolescencia en otra raza.
Vosotros, los hombres, eráis como montañas
infinitas propagando alas y raíces
por delante del gélido sol del nuevo invierno, el de los rayos
curvos y largos como la navaja.
Los hombres, el amor, como muros enormes
con grietas que eran ingles de sudor y de fuego.
Era entonces aquél o vosotros. La arena
y las noches estivales se armaron, hicieron
del recuerdo el arcano conjuro en mi defensa.
Pero era aquél o vosotros, tenéis que comprenderlo.
Las calles se poblaban de hombres como castillos,
los corazones tiernos de la arena se hicieron lobos nocturnos.
Aquél era el final de los últimos cien años
y olía a las sombras del inmenso futuro.
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