domingo, 3 de julio de 2011

Periodismo de guerra


Cualquier portada de un periódico podría decirlo:
el lunes o el martes estaremos muertos, el amor
avanza peligrosamente hacia la capital de la nación
una vez conquistadas las zonas rurales.
Las vanguardias han entrado por la avenida mayor
y han montado puestos de artillería cerca del palacio
de la presidencia, donde el primer ministro
se halla recluido junto a sus ayudantes.
El amor atrapó de improviso al presidente
cuando huía hacia la costa en un utilitario negro.
Se lanzó sobre él despiadado e implacable
haciendo que se enamorase de su secretaria, la menuda
y frágil señorita que le acompañaba,
la de los ojos de miel, a la que hizo el amor
allí mismo, al raso, durante toda la noche.
Semejante tragedia ha destrozado la moral
de toda la nación y la gente en el campo
y por las calles de las ciudades pequeñas de provincias
ha perdido la esperanza y se aman sin medida,
se han echado a los brazos de los vecinos y amigos,
los lechos son campos de batalla encendidos
de sol a sol, y la gente, dando esta nefasta guerra
por perdida se quiere silenciosamente
y también con una lujuria desmedida.
Sólo unos pocos patriotas se resisten todavía,
a las tropas invasoras, no dejando jamás,
bajo ningún concepto que su corazón lata
por nadie al ritmo desenfrenado que marca el enemigo.
Desde aquí para ellos nuestro más fuerte apoyo.
En la propia redacción de este insigne periódico
se conciben, mientras se redactan las líneas de esta crónica,
las más horrendas atrocidades bélicas: promesas
de amor eterno, anillos de pedida,
besos, tocamientos y otra serie de escenas
que este reportero no puede relatar sin estremecerse.
A estas horas, el gabinete de crisis, reunido
en sesión extraordinaria, estando la capital
bajo un intenso bombardeo de orgasmos y promesas
decide que la resistencia es inútil y resuelven
dejarse llevar:
empieza el general
en jefe del ejército descubriendo su torso
y le siguen el jefe de gobierno y sus ministros
volando la ropa interior por todas partes.
Se unen azafatas y camareras de la corte
-a pesar de ser este un país sin monarca,
ya que al inicio de la guerra, en la primera batalla,
se enamoró del mar y se fugó, dejando los océanos
vacíos para el resto de las generaciones.-
descubriendo sus pechos en un amor desenfrenado
de las más altas de las altas esferas.
Ya mañana
algunos contraerán matrimonio, y los otros
se ocultarán en alguna casa perdida para esconder
la amarga derrota que consuman ahora.
Se declara así el fin, ahora que dan las tres
de la madrugada más fría que se recuerda en años,
de esta sangrienta contienda que ha sembrado los campos
y pueblos de nuestro estado de amantes sin número
entregándose así la jefatura del estado
al invasor por su indudable superioridad táctica
y eficaz estrategia, dando por disuelta
la república y dejando en manos del amor lo que sea
que ha de ser de nosotros, hoy, lunes o martes,
día de la victoria, desde la capital.

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