domingo, 19 de junio de 2011

El día en que murió Clarence Clemons


"He was my great friend, my partner, and with Clarence at my side, my band and I were able to tell a story far deeper than those simply contained in our music."

Bruce Springsteen




Revisando el título antes de pulsar el botón de publicar, me pregunto a cuántos de los lectores les viene algo a la cabeza al oír el nombre de Clarence Clemons y, de éstos, qué les viene exactamente a cada uno. En términos imparciales, enciclopédicos, "Clarence Clemons era un músico estadounidense que nació en Virginia en el año 1942 y fue conocido por su participación dentro de la E Street Band. Falleció el 19 de junio de 2011 en su casa de Florida a causa de un derrame cerebral". Pero esto es como decir que "Cervantes era un tipo de Alcalá que recaudaba impuestos. También fue la guerra y escribió Don Quijote." Se queda más que corto, porque las palabras para definir a Clemons no están en negro sobre blanco, sino en el viento saliendo de su boca y propagando pulsiones en el aire, llegando a nuestros oídos en forma de afiladas notas de un saxofón. La verdadera historia de Clarence Clemons es la historia de Born to Run y de Rosalita. La historia de un enorme tipo de Virginia que cada vez que se subía al escenario con su compadre Springsteen hacía temblar los pilares de la estancia.

Como siempre que muere un artista, la pérdida es subjetiva y evaluable sólo como la suma del millón de sensaciones individuales y profundamente íntimas que genera. Para mí, la muerte de Clarence Clemons es más que la pérdida de un gran saxofonista, que una tragedia de la historia del arte. Clarence Clemons blandía el saxofón que, cuando yo tenía apenas 12 años, salió del viejo tocadiscos de mi padre cuando un sábado por la mañana decidió amenizarnos con esa obra de arte que es Born to Run. Es imposible contar cómo la voz de Springsteen y el saxo de Clemons se me quedaron grabados mientras poco a poco pasaban por mis incrédulos tímpanos maravillas como Thunder Road o Jungleland. Me encantaría poder transmitir cómo es esa sensación, como un jarro de agua fría y después un abismo impenetrable, una tierra salvaje y musical por explorar. Me gustaría contarlo, pero no puedo, y en parte es mejor así. Soy yo solo contra Clemons, en un esfuerzo por entender ese mágico saxofón. Después vinieron los CDs, las descargas ilegales, el íntimo Devils and Dust de Springsteen, los vídeos de YouTube dónde podía ver a Clemons en su máximo apogeo. Llegaron Darkness on the Edge of Town y Tenth Avenue Freeze-Out y siguieron las incontables horas en las que el saxo de Clemons me ha acompañado. El paso de la banda en 2009 por nuestras tierras y mi ausencia en el encuentro, perdiendo una oportunidad única que no podré recuperar (eso que se dice de los trenes que pasan y no vuelven). Nunca veré un directo de Clarence Clemons, y eso será siempre una de esas espinitas que no se sacan.

En el día de su muerte uno se imagina esa leyenda (porque todas las leyendas tienen sus leyendas) en la que The Big Man entra en algún lugar de Asbury Park y se aparece ante Springsteen, todo de blanco, acompañado por un traje blanco impoluto y su saxo en la mano. Como la salvación y la condena de la E Street Band. Probablemente la historia nunca fue así, pero, ¿acaso Clarence Clemons no entró así en la vida de todos los que le escuchamos? En mitad de la lluvia de nuestra Nueva Jersey particular, con un golpe de viento gélido y mortal, desgarrando el aire y el humo con las incomparables notas del viento de su saxofón. Y allí es dónde queda, levantando siempre el infierno de nuestras giras particulares.

Descanse en paz.




La música en acción, en el minuto 4:18

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