Vendrá y tendrá tus ojos –lo dijeron hace muchos
años muchos- la muerte.
Sería inevitable,
incluso indeseable, que fuese de otro modo.
Vendrá y tendrá tus ojos, como la vida misma
los ha tenido, y los tiene, incluso, incluso cuando
me miro en el espejo.
Incluso cuando observo –y observas, y observamos-
como se escapa el agua de su propio destino,
como el aire alcanza su límite intangible,
como el fuego deshace y renace a los niños.
Hasta en ese preciso, maravilloso instante
en que quedo en silencio
van marcados tus ojos.
Cada vital latido
que da forma a la sangre donde vuelan las palomas
lleva el preciso gesto de tu propia figura.
Tu rostro va en el mundo, en la constante nada
que encuentro cada día.
Yo no puedo
-ni quiero, ni sé, ni debo atreverme-
evitarlo.
Tu rostro va marcando
como el ritmo de todo
y me siento vacío, si no puedo encontrarlo,
y me siento, abrumado si lo enfrento de bruces
aunque sea en ese fino, apenas perceptible
silencio de un
milímetro que insiste en separarnos.
Vas grabado a cuchillo, a cenizas, a duelo
en todo lo que somos –incluso en lo que fuimos.
Vendrá y tendrá tus ojos, cómo puedo negarlo.
Vendrá y serás tú mismo, serás la propia muerte.
Pero, sinceramente, -después de haberlo sido
todo-
carece de importancia.
Imagen de siresim
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