sábado, 3 de julio de 2010

Orgullo (y prejuicios)



Hoy querría, si me lo permitís, contaros algunas pequeñas historias.


- Héctor no tiene demasiados años, aunque ya no tiene pocos. Es moreno, aunque bien mirado puede que sea rubio. Está, probablemente, empezando alguno de esos ciclos que llaman de enseñanza media. Héctor empieza a separarse de sus viejos amigos de la infancia porque no se entienden, pero está descubriendo que le cae bien mucha gente con la que antes no hablaba. A Héctor el colegio (o institución educativa cualquiera) ni le gusta ni le disgusta. Los ratos libres están bien, pero las clases son soporíferas, más cuando a uno le obligan a madrugar. A Héctor lo que de verdad le gusta es la música y sobre todo bailar. En su cuarto, busca las canciones de moda en YouTube  y se pone a bailar frente al espejo hasta que acaba rendido. A veces, los chicos de la clase de Héctor se fijan en los incipientes pechos de Patricia y se sonríen socarronamente. La verdad es que a Héctor las tetas de Patricia no le llaman nada la atención, pero no le da más vueltas. Sin embargo, cada vez son más las noches en que se pregunta si es normal que no se imagine besando a Bárbara o subiendo la mano por dentro de su falda, como hacía el otro día Roberto. Realmente no le preocupa que sea así, si no fuera porque a los demás sí les preocupa. Entonces llora hasta empapar su almohada y se duerme cuando despunta el sol.


- Ignacio tiene 33 años. Trabaja en algún anodino lugar de alguna monótona ciudad del mapa. Vive solo en un apartamento. Le fascina la pintura y le encantan los restaurantes nuevos que se abren en la ciudad. Ignacio visita cada semana a su anciana madre en los suburbios. De vez en cuando, Ignacio se escapa a una pequeña ciudad junto al mar a visitar a Adrián. Cenan algo, pasean por los acantilados y después hacen el amor hasta que amanece. A Ignacio le gustaría poder llevar a Adrián a su ciudad, que conociese a su madre, que durmiese en su apartamento. Pero no sabe si podría vivir tranquilo así. Se contenta con trescientos kilómetros de distancia y un secretismo esporádico que dura ya más de tres años. Entonces llora hasta mojar su maletín de cuero y se marcha a dormir.


- Iuliana supervisa la red informática de una aseguradora. Le gusta su trabajo, es la número uno en ello. Su casa es amplísima y clara como una playa. Está llena de luz. A Iuliana le gusta la noche y los cócteles color violeta. Una noche volvía de la mano con Eva, con la que comparte los días hace ya un año. Se besaban en una esquina oscura cuando un par de policías se acercaron. Intentaron detenerlas por “conducta improcedente”. Acabaron por apalizar a Eva allí mismo ante los ojos de Iuliana. Entonces Iuliana lleva a Eva a un hospital y llora delante de su cama hasta caer rendida.


- Abdel es joven. Vive en una barriada de una ciudad calurosa e infernal. Se gana la vida cargando cajones de verduras y carne en el bazar del centro. Después de la jornada de trabajo, Abdel se marcha a casa de una amiga de la familia. Allí pasa un rato con Hakîm. Se miran a los ojos. Hablan. Un día el padre de Hakîm entra por la puerta mientras Abdel y su hijo se daban su primer beso. Al día siguiente el pueblo, con el imán al frente, presencia la ejecución de los dos jóvenes. Mientras sus cuerpos se balancean inertes de una soga, un velo negro oculta las incontrolables lágrimas de la madre de Abdel.


Todas estas historias vienen a cuento de que esta semana se celebra el Orgullo Gay en todo el mundo (al menos en todo en el que puede celebrarse). En nuestro Madrid, como me imagino que en muchas partes, las Fiestas del Orgullo son un punto de encuentro, son conciertos, son desfase, son días de libertad para los que viven en cualquiera de esos lugares de los que no se puede escapar. La ciudad se puebla de colores y de alegría (y para qué negarlo, de bastante basura) permitiendo a la gente disfrutar libremente de su sexualidad (y de muchas otras cosas). Comprendedme, no seré yo quién se queje de la fiesta, de conocer gente, de pasarlo bien, de bailar… Pero no se pueden olvidar estas historias.

En estos días me gusta mirar la bandera de la foto. La que enarbolaban los maricas setenteros en San Francisco con Harvey Milk al frente, reivindicando un lugar visible en el mundo. Ahora tenemos la inconmensurable suerte de poder salir a la calle de la mano de la persona que amamos, sin importar qué tiene entre las piernas. Antes no la teníamos. Ahora nos toca a nosotros levantar la voz día tras día denunciando la lamentable situación de muchos homosexuales en todo el mundo. El Día del Orgullo LGTB es una fiesta pero también es un mensaje a todos los homosexuales que se puedan sentir hundidos. Tenemos para con ellos la responsabilidad de levantarnos y luchar sin descanso contra los asesinatos, las detenciones, los insultos, el maltrato, la soledad, la infelicidad… Contra todos los malditos prejuicios que se reproducen por el mundo.

Porque si queremos celebrar el Orgullo, tendremos que tener algo de lo que estar orgullosos.


Imagen de Sam Foster

2 comentarios:

Víc. dijo...

gran entrada, sí señor

Víc.

Anónimo dijo...

Como ya te dije el otro día, y no se si lo di a entender claramente, veo que de cara a la opinión publica las fiestas del Orgullo se frivolizan mucho, y tiene más connotaciones hedonistas y triviales que de acto reivindicativo. A ello quizás contribuye mucha gente que lo celebra, a lo mejor porque como consecuencia de vivir en un momento histórico (en este país) en el que las libertades civiles vienen ya dadas "de nacimiento" (y no hace tanto tiempo de ello) la gente no tiene la necesidad de mirar más allá.

Aunque quizás me equivoco y tu que sabes más del tema puedas darme tu opinión.