jueves, 15 de abril de 2010

La duda



Prisionero del viento, con dos piedras a cuestas
que levantan fortines de un feroz sufrimiento
me defiendo del grito que en la mañana infestas
y me fijo irredento, prisionero del viento.

Me defiendo del grito y de la pez profunda
que se fija a la sombra de mis dos corazones,
mis dos centros que en torno a la región vagabunda
de la duda se vierten en las romas porciones

que devanan los cientos de jaurías que el hueso
aniquila también y deforma en la niebla,
en la niebla que fuerte van sembrando los besos
que vas dando y no tomo, que regalo y no pueblas.

Y dividen la aurora, como un par de navajas
en dos desesperanzas, en dos desolaciones
como frutas de hiel que se me resquebrajan
declamando la pena de estas dos perdiciones.

Me voy dando y no llego a entregarme en un todo
como voy a la sombra de las tristes figuras
que rechazo y no puedo, que reniego y no hay modo
de librarme del peso de esta inmensa ruptura.

Y así vengo, sin rumbo; y así voy, dividido,
cejijunto, perdido, desgranando la aguda
perdición de mi pecho, porque ya va sumido
en la terca obsesión sin final de la duda.


En la imagen, "El hijo del hombre" de René Magritte

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