La unidad de España

El otro día, paseando por El Rastro (dónde por cierto encontré una joyita de Pessoa a muy buen precio), discutía con un amigo sobre esto de si existe España, y si existe, qué carajo es. Mi amigo es nacionalista (vasco), aunque defiende una curiosa teoría que no he oído en ningún otro lado, que el llama iberismo y que tal vez un día explicaré. En todo caso, el debate siguió por los caminos habituales: que si la Historia esto, que si la lengua lo otro, que si Isabel la Católica, que si Felipe V, que si Sabino Arana. Total, que, como siempre, no llegamos a ninguna parte porque en este tema no sabe uno ni a dónde quiere llegar.

Lo interesante de esta conversación sin interés es que, a la altura de la Plaza de Cascorro y decididos a tomarnos unas cañas porque ya era la hora del vermú, decidimos llegar a un punto común con el que zanjar la discusión alegremente (que es como se debe zanjar todo): si España existía, lo único que tenía en común era la estética que se ha hecho la Esteban. Y unas risas, unas cañas, y de vuelta a casa.

Evidentemente, esto es, a todas luces, una tontería. ¿Qué va a tener que ver el famoseo con la supuesta quintaesencia que es, o se supone que es, la unidad de España? Claro que, luego en mi casa, pensando y pensando… Igual no es el asunto tan trivial como parece. Porque se pone uno a indagar, a indagar, y se da cuenta de que lo español existía antes que España (recordemos que España la inventaron Felipe V y los franceses) y ya era allá por 1600 lo pendenciero, lo miserable, lo chocarrero, lo hortera, lo pendenciero. Y si lo dudan, pregunten a Richelieu o a los Países Bajos. O a Horatio Nelson. Y si seguimos hurgando, hurgando, resulta que es verdad que siempre hemos tenido rey que nos mande. Y cuando tenían dinero, se volvían unos fanáticos y se vestían de fantoches; y cuando no, les daba por meterse en los asuntos donde ya no podían porque eran menos que un cero a la izquierda. Resulta que cuando se hundía el reino, la gente lo que quería era teatro y mentideros. Y cuando no, pues también.

Y volviendo a lo de la cosa española, informe y oscura, resulta que yo con uno de Bilbao pues es verdad que no comparto ni la lengua, ni la Historia, ni la cultura, ni lo que queráis. Pero eso sí, la portada de Lecturas era de todos. A la Esteban en Telecinco la han visto Carmen, Montserrat e Irati. Y al Ondas de Jorge Javier, y al último escándalo de la infinita y casposa dinastía Mohedano, también los han seguido en Jaén y en Santander. Y a todos nos pica lo que dice Florentino y nos interesa horrores como pierde los papeles J.J. Santos. Y nótese que esto importa un carajo en Lisboa o en Burdeos, que es cosa de aquí (llámenlo España, llámenlo como quieran).

Además, no es solo lo que veo, también es lo que hago. Porque aquí se llega tarde a todos lados en Calahorra y en Santa Cruz, se despotrica contra el Gobierno (pero no se hace nada) en mi acera y en la de enfrente, y hasta el perro se pone enfermo cuando hay que ir a trabajar. Los estudiantes españoles beben como cosacos en mi pueblo y en el tuyo. Aquí todo quisque piensa mucho en follar y folla poco.

Y al final resulta que aquella chorrada que dijimos mi amigo y yo para dejar de pelear, bien pensada, no resulta tan gilipollesca. España existirá o no existirá, según donde se firme, pero está claro que lo español está en todas partes (en España o en esa España disgregada y balcanizada que profetizó Aznarstradamus) y que es lo de mal gusto, lo que se hace rápido y mal, lo hortera, lo banal, lo escandaloso. España o sus derivados son (y no son nada más que eso), en grado sumo cutres y casposos. La esencia española no es otra cosa que eso (y existe). Y eso, como que hay Dios.