Es una pena, pero llega mayo y con él se acaba el peregrinaje que durante el crudo invierno he hecho con vosotros a través de mi viejo y olvidado libro de sonetos. Así desaparece una pequeña espina que quedaba ahí clavada, muchas cosas se quedan atrás y con la primavera empieza, como siempre, un nuevo periodo, en el que tanto en este blog como en la vida del mundo real toca avanzar, sin mirar atrás, con la confianza de que lo que está por venir es lo mejor.
Este vigésimonoveno y último rayo de piedra y rosas es para Juan Lafuente, allí dónde esté, que sepa que su ya algo menos joven alumno le lleva en el recuerdo.
Fue un placer compartir esto con vosotros.
A Juan Lafuente
Tus dos cuencas se pierden en la muerte,
en un mar de
carbón donde las venas
laten sin
resonar, donde la pena
configura en
silencio un dios sin suerte.
Es preciso
seguir y, ¿quién es fuerte?
Levantando
fortines que la arena
de los bueyes
devoran y enajenan
como ajena tu
sombra, inmensa, inerte…
Qué vacío
constante es esta grieta
que me sabe a
vinagre en esta herida
que me dejas
abierta y que no cede.
Y tu ausencia,
profunda e indiscreta
abandona su
polvo hacia mi vida
que hace afán de
seguir, pero no puede.
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