lunes, 16 de mayo de 2011

Un extraño

Es ese extraño. Ése que me mira desde el espejo. Ese extraño que tiene mis ojos, mis manos, mi boca. Ése que tiene la misma cara que yo cuando me levanto, pero que tiene sutiles diferencias. Ése tiene una mirada oscura, un rictus de amargura en el rostro. Tiene la piel algo más estropeada, las uñas un poco más comidas. Me he preguntado todos los días quien es ese extraño que está ahí, ignorándole como al resto de personas desconocidas que me cruzo cada día, pero sabiendo, más bien intuyendo, que sé más de él de lo que me gustaría.

Yo siempre había visto a ese extraño cerca de mí pero fuera. Cómo si intentara decirme algo, o darme algo. Quizá debí haberle prestado atención mucho antes y entonces no hubieran pasado muchas cosas. Claro que esas cosas no se saben nunca. La cosa es que de repente me he dado cuenta de algo. Hoy ha dejado de llover, hacía sol, cumplo 20 años (aunque el tango dice que eso no es nada) y me ha dado por levantar las manos al sol simulando algo de alegría y entonces me he dado cuenta, cuando la luz ha iluminado mis manos. Tengo la piel muy estropeada, las uñas más comidas de lo que pensaba. Con la yema de esos mismos dedos desgatados, un poco asustado, he ido a palparme la cara. He rozado mis labios, mis mejillas, y he notado una rigidez espeluznante, casi sobrenatural. Una firmeza de la piel y los músculos en el lado opuesto de la belleza. Una parálisis más bien de terror, de locura, de perdición. Me he abalanzado sobre una pared, he pegado un puñetazo con tal convencimiento que creo que me he roto un hueso. Luego he corrido. He corrido mucho. He corrido por todas las calles bajo el sol. He llegado a mi casa, donde están todos esos que siempre me quieren pero que suelo ignorar. Quería encontrar el extraño del espejo. Quería atravesar el cristal con mis manos para agarrarle del pecho y preguntarle muchas cosas. He entrado. He mirado. Y no había nadie.

El extraño no estaba. Al otro lado sólo estaba la inmensidad. La horrible y vacía inmensidad. Estaban los mueblecitos, los jabones, las esponjas, los dentríficos, los cepillos de dientes, las toallas, los azulejos viejos y gastados. Todos estaban al otro lado, como deformados, irreales, absurdos. Como si en realidad no estuvieran. Y en el espejo no había nada. Y entonces me he preguntado dónde estaría el que miraba al extraño, si el extraño no estaba. ¿Podía estar en alguna parte ése que huía del extraño si el extraño había salido de allí sin dejar rastro¿ ¿Quien era cada cual?

Entonces, he adivinado una línea sutil en el reflejo, como una insinuación de una forma humana. El cristal plateado se ha abombado, dejando ver una réplica de ese humano extranjero y desconocido. He colocado mis manos sobre las suyas. Me ha mirado, pero era de plata y solo estaba mi cara encajada dentro de la suya. Entonces he comprendido que no comprendo quién es el extraño. O los dos eran extraños que se miraban. O me he perdido.

No hay comentarios: